Arrugas

Arrugas, de Paco Roca

Arrugas

Estimado Paco Roca:

El miedo es algo poderoso. Te paraliza el cuerpo, agarrota los sentidos, y te deja en un estado de inconsciencia. Así pasé parte de mi vida, mientras veía cómo mi marido progresaba, iba recorriendo los pasillos de la residencia con la mirada perdida, como si buscara un punto en el horizonte que se le había perdido. Y yo, como si fuera un fantasma que circulaba a su lado, sin cadenas en los pies, pero arrastrándolos de la misma forma, simplemente le miraba. Intentaba hacerme una idea de lo que pasaba por su cabeza, por ese nudo de neuronas que empezaban a deshilacharse como una bobina de lana que ya se está quedando vieja. Él se perdía, y yo no podía encontrarle. Él me dejaba, y yo no podía atraerle. Y al final… al final… sólo me quedó introducirme en su mundo de fantasía.

Su “Arrugas” me ayudó a comprender las palabras del médico. Me dijo, con un tono de lástima que me escoció en lo más profundo del corazón, que mi marido tenía Alzheimer, que poco a poco iría desgastándose, y lo más duro, que no había una cura para aquello. ¿Alzheimer? ¿Quién era aquel hombre que se había instalado en el cuerpo de mi esposo y que le devoraba parte de los recuerdos? Y es que mis palabras no podían acomodarse, coger la postura adecuada para que se sintieran cómodas, y me quemaban en la garganta. ¿Cómo podía poner nombre a lo que sucedía? Porque poner nombre a las cosas es hacerlas reales, y por mucho que el médico que nos atendía intentara suavizarnos la noticia, yo no quería escucharle. No, no, y no. Me negaba a entender que algo de esto pudiera estar sucediendo. Y al principio creí que no lo soportaría. Pero llegó su “Arrugas” y las palabras se convirtieron en imágenes.

Yo, una mujer mayor, con un tebeo (novela gráfica las llaman ahora, si no he entendido mal) en las manos, veía en aquellas pequeñas imágenes, en esos mínimos diálogos, la historia de mi vida, de la mi marido que al final acabó siendo la mía. Y entendí que la memoria nos es ajena, que los recuerdos pueden ser una niebla que envuelva nuestro corazón, y que nuestros ojos no son nada sino somos capaces de ver y observar al mismo tiempo. Porque, señor Paco Roca, aunque mi marido ya no me “veía”, observaba otros momentos de su vida, los recordaba incluso cuando ya los tenía que haber olvidado, y se plantaba como un niño pequeño ante ellos, saludándoles con la mano y hablando de lo que sentía. Por eso llegó un momento en el que comprendí que debía dejarle marchar, que lo único que me quedaba era acompañarle en silencio en sus últimos pasos, para que él fuera todo lo feliz que le podía quedar. ¿No es eso, acaso, el amor que nos enseñaron a tener de pequeños? ¿No es eso, acaso, lo que nos enseña usted en “Arrugas”? Porque precisamente esos pliegues de la vida son los que nos demuestran que somos humanos.

La vejez es como volver a la infancia. Es un viaje de regreso a aquellos primeros años donde éramos unos niños y nos creíamos capaces de ser los reyes de este mundo. A veces envidio a mi marido, porque él me mira con felicidad aunque no sea a mí a quien ve. Y poco después me echo a llorar porque el olvido es traicionero, instalándose en los momentos más inoportunos. Por eso quería agradecerle, señor Paco Roca, que me haya invitado a entrar en su “Arrugas”. Que haya conseguido una historia preciosa donde se puede ver que, los sueños, incluso en la vejez y en la enfermedad, pueden seguir haciéndose realidad.

Gracias, por la memoria.

Gracias, por enseñarme el olvido.

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