Quién te lo iba a decir a ti hace diez años. Quién te iba a decir que ibas a pelearte por un sueldo de miseria y un horario de monja de clausura con gente que te dobla en carreras y te triplica en másteres, que ibas a pasar de pensar en cómo sería tu trabajo soñado a soñar con tener un trabajo, que ibas a permitir que pisoteasen tus derechos laborales día sí y día también porque bueno, levantas una piedra y encuentras a cien personas que matarían por tener tu puesto, que ibas a pasar de rechazar la propina a los familiares con el brazo extendido a hacerlo con la boca pequeña, no vaya a ser que se lo tomen en serio por una vez y la preparemos.
Quién te iba a decir que ibas a empezar a ir al trabajo en autobús sin que hubiese cambiado nada en tu falta de compromiso ecologista, que ibas a pasar de protestar en las calles cada nuevo recorte a sentir pereza hasta para escribir un tuit dando tu opinión, que lo que iba a impedir que te separases de tu antiguo amor no iba a ser el “hasta que la muerte os separe” sino la hipoteca. Quien te iba a decir que aquellos 3.000 € que te prometieron darte en tres minutos te iban a perseguir toda tu vida. Y que al abuelo no tenías que haberle metido tanto miedo con esos extranjeros que iban pidiendo limosna puerta por puerta y sí con esos hombres repeinados que ofrecían inversiones segurísimas anciano por anciano.
Quién te iba a decir hace diez años que leerías una novela como Asamblea ordinaria y que no ibas a situar a sus personajes protagonistas en los márgenes de la sociedad, sino en el mismo núcleo. Y que te ibas a revolcar en sus reflexiones amargas y dolidas, como si el único presente fuera que ya no hay futuro.
Julio Fajardo, su autor, entrelaza en su segunda novela tres historias con sencillez y sobriedad. Sus breves capítulos destilan situaciones tan crudas como habituales en la España post-ladrillo. Un hombre que narra, desde la admiración profunda hacia la figura de su jefe, como su empresa va adaptándose a la nueva época en el Club de la Reforma Laboral, en el que la primera regla es que no existen los derechos laborales. Una anciana ve cómo tiene que acoger a su sobrino, al haber quedado éste en el paro, e iniciar con él una relación de cercanía forzosa tras años de apenas verse las caras. Una pareja que observa cómo la crisis económica les pilla completamente a contrapié y que, como los buenos virus, pasa de tocar sólo al bolsillo a contagiar todos los aspectos de la relación.
Tras los bofetones de realidad que Rafael Chirbes dio hasta su último suspiro, Fajardo parece haberle cogido el testigo y su prosa, así como su facilidad para volcar los dramas mundanos sobre el papel, son hoy más necesarios que nunca. Una lectura que recomendaría encarecidamente a los que cacarean ese discurso goebbeliano de que “la crisis ha terminado”. Asamblea ordinaria, una obra coral sobre todo lo que hemos perdido y no recuperaremos. Quien te iba a decir hace diez años que ibas a tener que leer una reseña como ésta.