Reseña del cómic “Astérix: El lirio blanco”, de Fabcaro y Didier Conrad
Con Astérix: El lirio blanco (El lliri blanc si os decantáis por su edición en catalán) las aventuras de los irreductibles galos llegan a la friolera cifra de cuarenta álbumes publicados. Una cuarentena de álbumes en los que, desde esa primera edición en 1959 de Astérix el galo, se ha satirizado la actualidad, se ha radiografiado con mucho humor grandes eventos históricos jugando intencionadamente con anacronismos y se ha apostado por esos estereotipos exagerados para criticar ciertos comportamientos de los ciudadanos europeos. Una labor que el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo supieron conseguir con naturalidad valiéndose de chistes de toda índole que, en algunos casos, alcanzaban varias capas de profundidad. En Astérix: El lirio blanco, publicado por Salvat, es el pensamiento positivo desmesurado lo que se convertirá en la parodia ideal para embarcar a los protagonistas en una aventura donde el villano las únicas armas que utiliza es una educación edulcorada en exceso.
En Astérix: El lirio blanco el guionista Fabcaro (Fabrice Caro) toma el testigo a Jean-Yves-Ferri que se estrenó con Astérix y los pictos y finalizó su tímida colaboración con Astérix tras las huellas del grifo. A los lápices seguimos encontrando a Didier Conrad que con cada nuevo cómic mejora y aporta, sin ningún tipo de dudas, el mejor aspecto de esta etapa sin Goscinny ni Uderzo. Pero vayamos al lío y desgranemos un poco el guion de este nuevo Astérix. El César está mosca porque últimamente sus hombres no levantan cabeza y prefieren desertar a luchar en batallas que probablemente perderán. En una de sus reuniones informativas sobre cómo avanza la guerra, y tras un chistecillo sobre Bruto y sus intenciones, César decide apostar por las “técnicas de guerra” de Viciovirtus. El tipo en cuestión es un gurú del pensamiento positivo con un sinfín de frases huecas que parecen sacadas directamente de un libro de autoayuda. Viciovirtus se infiltrará en la sociedad de los galos y con palabras educadas y proverbios a lo míster Wonderful irá trasformando las maneras rudas de los galos para hacerlos más blandos, hacerles bajar la guardia y así poder atacarlos. La parodia sobre la corrección política y los falsos gurús que venden humo sobre un positivismo desmedido está servida. Con todo, los chistes que Fabcaro articula, algunos muy faltos de sutileza, en ocasiones mezclan churras con merinas, pues mete en el mismo saco las engañifas de Viciovirtus, la buena educación, la vida sana y el comercio de proximidad. La sensación que me queda es que algunos gags se alejan de esa visión progresista por la que Goscinny y Uderzo siempre apostaron.
En Astérix: El lirio blanco el gran acierto de Fabcaro es mostrar la historia de amor entre Abraracúrcix (el jefazo de los galos) y su mujer Karabella en una aventurilla a lo comedia romántica. Un periplo que los llevará por todos esos momentos que hacen únicos cualquier álbum de Astérix y que son marca de la casa: beber la pócima y dar tortazos a los romanos. Y seguidamente entrará en escena Lutecia (lo que ahora viene siendo París) que servirá para hablar del choque cultural entre la gente de provincias y los ciudadanos de capital. Clichés por doquier aparte, he de reconocer que alguna sonrisilla me ha arrancado la problemática de los patinetes eléctricos a través de la mirada de Astérix y Obélix, así como el tema de los atascos y los retrasos de los trenes (este último es tremendamente descacharrante y actual). A estas alturas del cómic el trabajo de Didier Conrad se torna soberbio a la hora de representar ese París que formaba parte del imperio Romano así como dibujando esa bella estampa del banquete final de la que todo cómic de Astérix goza: el recurrente final feliz que, pase lo que pase, siempre es el cierre perfecto.