Algo que compartimos casi la totalidad de lectores de cómics es que nos hemos iniciado en el medio, en mayor o menor medida, a través de las lecturas de Astérix y Obélix. Cualquiera de sus disparatadas aventuras, con sus destartalados nombres, sus mamporros a los romanos y el festín de jabalí para acabar la historieta han sido nuestra escuela. Probablemente también compartamos el ritual de ir a comprar al quiosco alguno de sus números y esto, además, es generacional porque cada año Salvat los reedita para enganchar a nuevos lectores o darnos la oportunidad a los ya iniciados de conseguir los tebeos sueltos que nos faltan. Lo dicho, el sentido de comunidad gracias a la escuela que crearon René Goscinny y Albert Uderzo.
Como la actualidad manda, cedo la reseña de una de sus aventuras en memoria del dibujante Uderzo, fallecido en estos días a la edad de 92 años. En concreto, he decidido rebuscar en la estantería donde luce mi colección de Astérix y releer el número 24, Astérix en Bélgica que, como analizaré en las siguientes líneas, descubriréis el motivo de haber elegido este tebeo en particular. Toda aventura de Astérix tiene la misma estructura, de ahí que el lector habitual se sienta cómodo con cada entrega. Pocas novedades se permiten sus creadores que desorienten al seguidor de cada una de sus entregas. Esto no quiere decir que sigan una línea editorial como ocurre con el cómic americano de superhéroes, aquí hablamos de otra cosa; esto está más vinculado con una fórmula que asegura la estabilidad de los personajes sin la obligación de mantener una continuidad cronológica severa que lleve a desconciertos argumentales a lo largo del tiempo y de todas las historietas que se escriban. Quizás, se puede asemejar a la estructura argumental y al desarrollo narrativo de los tebeos de Mortadelo y Filemón de Ibáñez o Corto Maltés de Pratt, aunque en este último sí que se guarda cierta relación de continuidad de acontecimientos en el tiempo.
En Astérix en Bélgica apreciamos algunas de las pequeñas innovaciones que se permiten en las aventuras de los galos y es, por un lado, la de dar cierto protagonismo esta vez a Abraracúrcix, jefe de la aldea gala. Y por otro, la de un nuevo pueblo de irreductibles. Y es que esta obra que arranca con la cantinela de «Toda la Galia está ocupada por los romanos. ¿Toda? ¡No! Una pequeña aldea de irreductibles galos resiste todavía…» en este número 24 de las aventuras de Astérix debería cambiar para decir: «[…] ¿Toda? ¡No! Dos pequeñas aldeas resisten: la de los galos y la de Bélgica, irreductibles todos ellos». En efecto, los aldeanos belgas son tan valientes o más como los galos. Al menos, eso asegura el emperador Julio César y eso es algo que no ha sentado nada bien a Abraracúrcix. Empeñado en demostrar que es su aldea y no otra la más valiente de toda la Galia, emprende un viaje para competir con los belgas y recuperar ante Roma la reputación que les precede. Por supuesto, le acompañarán en tal empresa Astérix y Obélix.
Quiero destacar en particular este tebeo por el mensaje tan emotivo que se oculta en sus viñetas. Sin la necesaria información y análisis de expertos en cómic este detalle me había pasado desapercibido y, si también lo había hecho para ti, espero que con esto te acerques al cómic con un sentido más especial. Esta historieta la dejó escrita Goscinny allá en 1977 cuando falleció en el hospital tras un paro cardíaco. Uderzo, que se encontraba trabajando en los dibujos de este número y del que ya llevaba tres cuartas partes de ello, al recibir la triste noticia decidió, a modo de homenaje, continuar con la obra. De pronto, introdujo la lluvia en las viñetas y los cielos grises, taciturnos y apagados se continuaron hasta el final del tebeo. La viñeta en la que los legionarios de Julio César montan a caballo y desfilan por el valle con un plomizo cielo gris, pone la piel de gallina al asimilarse casi a un cortejo fúnebre. Creo que el bonito homenaje que rindió Uderzo a su compañero y amigo Goscinny puede servirnos también para despedirle ahora a él. Allá donde vaya, seguro se reunirán y seguirán siendo los irreductibles maestros de esa escuela de lectores de tebeos que nos han legado. ¡Por Tutatis, gracias infinitas!