Reseña del cómic “Astérix tras las huellas del grifo”, de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad
Con la muerte de Albert Uderzo tan reciente resulta imposible no pensar en ese día en el que el artista anunció su retirada. El acontecimiento tuvo lugar tras la publicación de El aniversario de Astérix y Obélix: El libro de oro, álbum número treinta y cuatro de la colección. El autor, que debido a la muerte de su compañero René Goscinny ya llevaba realizados varios cómics de la serie Astérix a solas, no solo anunció su jubilación, sino que además comunicó que cedía el testigo. Los lectores sabíamos que algo así podía pasar, no era la primera vez. En el mundo del cómic, así como en cualquiera de las otras disciplinas relativas al arte, los creadores vienen y van mientras las creaciones se tornan inmortales. Así las cosas, en 2013 llegaría Astérix y los pictos. Los lectores nos acercamos a la obra no sin ciertas reticencias. El dibujo de Didier Conrad gozaba de su propio estilo, pero seguía conservando el alma que le dieron sus creadores. El guion de Jean-Yves Ferri jugaba con nuevos personajes, nuevas bromas, pero allí seguían el “están locos estos romanos” y el “¡por tutatis!” Cinco álbumes y un éxito de ventas después nos llega, de la mano de la editorial Salvat, la última aventura de los irreductibles galos: Astérix tras las huellas del grifo.
El punto de partida en Astérix tras las huella del grifo es una de las estrafalarias ideas del César. Una de esas tantas ocurrencias que el mandatario se empeña en llevar a cabo y que simplemente sirve para engordar su ya desmedido ego. Si bien es cierto que esta vez será una especie de aventurero el que le llenará de pajaritos la cabeza, o más bien de criaturas mitológicas. Terrignotus (primero de los divertidos nombres que describen a un personaje y, a veces, hasta su personalidad o comportamiento) convence al César de que hacerse con un grifo le daría cierto caché. Para ello deben adentrarse en el Barbáricum, ese lugar ubicado al este de Roma y que escapa a su control. Para la expedición contarán con una amazona sármata que han tomado como rehén y a la que obligaran a hacerles de guía. Jean-Yves Ferri explota con cierto atino el tema de la barrea idiomática. La dificultad de entender el idioma que habla la guerrea (representado de forma curiosa en los bocadillos) añadido a la chapucera tarea que realiza Terrignotus como intérprete nos deja el primero de los running gags que llevará a más de un malentendido. ¿Y los galos, qué pintan en todo esto? Astérix, Obélix, Panorámix e Ideafix llegan a la aldea sármata para ofrecer su ayuda. Y es que Sakaeljamonov (los traductores, como siempre, brillantes), el druida de la aldea sármata, ha tenido visiones en las que los romanos se apoderan del grifo, su animal sagrado. La aventura ya está planteada, la suerte echada. Unos en busca del grifo para hacerse con él, otros para protegerlo.
Ferri y Conrad conjugan sus poderes narrativos para llevarnos por un mundo de bárbaros donde, irónicamente, la sociedad es matriarcal. Las mujeres, además de tener una elevada posición social, salen a guerrear mientras los hombres hacen las tareas y cuidan de los niños. Una vez más, un cómic de Astérix sorprende al sentar sus bases en la realidad histórica, aunque luego se juegue con ella o se retuerza en aras del humor. En lo referente al dibujo, Conrad es capaz de dejarnos bellísimos paisajes nevados que están repletos de detalles. Cabe destacar la aldea de la tribu, donde se mezclan elementos de la época con algún que otro anacronismo que sirve para arrancar una sonrisa, así como para dar pistas sobre la ubicación actual del lugar. Anacrónica también es la forma de hablar de esa pareja de buscadores escitas que acompaña a los romanos. Su forma de comunicarse, más acorde con la era de internet, es descacharrante.
A medida que avanza la historia en Astérix tras las huellas del grifo, y protagonistas y antagonistas se acercan a la ubicación de la bestia mitológica, el guionista crea varias bromas recurrentes que, sin sobrepasar las fronteras del humor blanco, sirven para criticar las fake news y el negacionismo. El guionista incluso se atreve, aunque de pasada y con cero maldad, con un chistecillo sobre el confinamiento. Pero es cuando el final acontece donde los autores se cubren de gloria, pues lo hace sin giros extraños, sin engaños y con una lógica aplastante que sorprende (y para bien) en un cómic de estas característica. Y por si os lo estáis preguntando: sí, y como no podía ser de otra manera, los romanos se llevan una buena ensalada de tortazos y mamporros. ¿Qué clase de cómic de Astérix sería sin un buen puñado de romanos maltrechos?