Jakub Prochàzka es un héroe nacional en la República Checa. A bordo del JanHus1, el ingenio más puntero jamás producido en su país, flota en dirección a la nebulosa Chopra, junto a Venus, un lugar al que ningún Estado más avanzado tecnológicamente se ha atrevido a mandar sus tripulaciones. Convertido en un major Tom de carne y hueso, habla con su mujer por videoconferencia y por supuesto todos los escolares quieren saber la marca de sus calzoncillos y la composición de sus comidas.
Jakub Prochàzka es el hijo de un funcionario del régimen comunista. De un torturador. Un hombre atribulado, vástago de la última generación anterior a la revolución, que recuerda vivamente cómo la dictadura feliz de su infancia se convirtió de la noche a la mañana en la república atroz de su adolescencia.
Jakub Prochàzka es la mitad de un matrimonio feliz. Jakub Prochàzka es la mitad de un matrimonio que se separa. Desde el firmamento no lo tiene muy claro. Las dos cosas pueden ser verdad o mentira al mismo tiempo, y Jakub busca las pistas para encontrar la solución a este enigma en la nebulosa, nunca mejor dicho, de su memoria reciente.
Jakub Prochàzka es un nieto devoto. Carga con la mitad de las cenizas de su abuelo, el héroe de un héroe nacional, en una caja de puros habanos que llegó de Cuba, y sueña con abrirla y esparcir su contenido por entre las estrellas. No cuenta con las alucinaciones provocadas por el viaje, ¿o acaso no son alucinaciones?
Jakub Prochàzka es el niño que busca al asesino de sus padres, al culpable más allá de la revolución de que a los nueve años se quedara huérfano de los dos. Podríamos decir que Jakub Prochàzka es el Batman de Bohemia si no fuera porque le gustan demasiado los dulces y las patatas con crema agria y la cerveza Pilsen, orgullo de todo un país, como para enfundarse en un traje de murciélago para salvar las torres milenarias de Praga del turista invasor.
Jakub Prochàzka es el protagonista de El astronauta de Bohemia. Jakub Prochàzka es Jaroslav Kalfar, el autor, o eso me da en la nariz. Excepto por lo de Venus. Porque los dos son checos y porque se trata de la primera novela de Kalfar, y, como todos sabemos, los escritores hablan inevitablemente de sí mismos cuando comienzan en esto. Además contiene todos los vicios de las primeras veces: el afán por abarcar demasiados temas, la sensación de no ensamblar completamente unos con otros, la evidente necesidad de llamar la atención con una estructura original, con algunos giros inesperados, con elementos fuera de lo común.
Pero también, cómo no puede ser de otra manera, alberga muchísimas otras cosas buenas. El retrato que hace de siglos de historia checa, con un irónico desencanto, resulta acertado e hilarante. El espacio de Kalfar tiene el punto justo de ciencia para resultar creíble sin perder una dosis de cercanía, y en su vuelta a la Tierra consigue hacer aterrizar el texto y convertir una space opera en un thriller casi sin que nos demos cuenta. Y por último a Prochàzka, no podemos negarlo, resulta imposible no cogerle cariño. Su esperanza y su desesperación, su nostalgia entre tanto rencor, nos recuerdan que, aunque siempre hay que coger distancia para ver mejor un cuadro, hay veces que ni siquiera desde las estrellas podemos tener una visión nítida de nuestra propia existencia.