Atlas de islas remotas, de Judith Schalansky
Si de algo me sirve ser una persona organizada es para preparar los viajes que realizo de una manera exhaustiva, rayando incluso la obsesión, por aquellas cosas que no puedo dejar de ver, que no puedo dejar de (ad)mirar y que no puedo, ya que estamos, dejar de degustar. Pero si de algo me sirve, por tanto, ser organizado con los viajes es que, durante unos meses antes, decido recorrer con mi mirada los sitios que pueden convertirse en mi próximo destino. Si tuviera un mapa, ahora mismo, después de leer Atlas de islas remotas, desecharía absolutamente, y sin ningún tipo de reparos, cualquier lugar turístico que aparezca en cualquier guía común y me iría, de cabeza, a cualquiera de las islas que aparecen retratadas en este libro. Suelo contenerme, la emoción, porque pienso siempre que si puedo contenerla durará mucho más tiempo dentro. Teorías de una persona que piensa demasiado. Pero el caso es que la emoción, aunque contenida, en este caso necesita compartirse, porque si de bien nacido es ser agradecido, a mí me interesa que todo el mundo conozca estas islas, conozca este libro, que no es un libro y sí lo es a la vez, que refleja aquellos viajes que no nos habíamos planteado y que hacen suspirar, de la emoción sí, de esa emoción que dan las lecturas que inspiran (y que, de nuevo, hacen suspirar) y que yo ya no puedo contener mucho, en realidad nada, porque cuando uno abre este libro, cuando va paseando por sus páginas, cuando encuentra una isla, esa en la que perderse, a la que decide ir, es como encontrar el sitio de nuestra vida y nuestra muerte porque en el fondo, viajar es como dejar en ese sitio un poco de nosotros mismos que ya no volverá a pertenecernos.
Yo me enamoro de muchos libros a lo largo de los meses. Y me enamoro, con ese tipo de amor del primer romance, porque sigue sorprendiéndome cómo es posible la edición de este tipo de maravillas que, como si fueran el correcaminos, aparecen y desaparecen en las librerías y no se les da tiempo a permanecer con nosotros más tiempo. Supongo que es la rapidez del tiempo, que al final todo tiene que cambiar e innovarse. Pero requiero un minuto, quizás dos, para que todos, cuando vayamos a una librería, observemos con calma este Atlas de islas remotas porque merece la pena, porque es un libro diez, porque sí es un atlas, pero en su interior hay mucho más, porque en el fondo lo que se nos cuenta es una especie de narración de islas, de lugares minúsculos, o más grandes, pero que conservan en su interior la virginidad cuasi intacta, la transparencia de lo no mancillado por el hombre, la visión de un espectáculo más propio del edén que de la vida real y que se pueda tocar. Judith Schalansky ha hecho con esa labor de investigación magia pura. Porque hay que reconocer que no es fácil dedicarse a trasnochar, a recopilar información, a ponerla sobre el papel, sobre estas islas que se desconocen, que vosotros ni yo sabíamos que existían, pero que se convierten en imprescindibles. Es así como empiezan los viajes. Al fin y al cabo, ¿no se suele decir que las lecturas son viajes a otros mundos? Eso es lo que regala este libro, esa es su mejor esencia.
Y como, además, es de bien nacido ser agradecido, y yo agradezco hasta la extenuación a Nórdica y a Capitan Swing por su labor, por traer a las manos de los lectores este tipo de libros, por comprender que las experiencias con la literatura, con cualquier tipo de literatura, debe convertirse en algo especial, en algo digno de mención, en ese tipo de momentos en los que la unión entre lector y libro convierte todo lo que gira alrededor de la lectura en algo imprescindible. Atlas de islas remotas quizá no sea una lectura al uso porque leer sobre unas islas remotas que nadie conoce puede parecer una lectura un poco extraña. Si pensáis así estaríais cometiendo el mayor error en el que puede caer un lector: el prejuicio. Judith Schalansky lo que nos traslada aquí es un alumbramiento, parir a un libro como si fuera un hijo, y después mostrarlo al mundo con orgullo, con satisfacción, como si fuera una fotografía que enseñamos sin parar porque estamos tan contentos de tenerla con nosotros que cuanto más la mostramos, más aumenta nuestra alegría. Por ello es imprescindible que, como os decía antes, vayáis a una librería, abráis cualquier página, disfrutéis de las ilustraciones, de la historia que guarda cada una de estas islas y después os llevéis el libro. No os arrepentiréis porque en esta vida, como en todo, lo diferente, lo que no se suele encontrar, es una visita obligada para todo aquel que, como yo, disfruta de la lectura como si fuera manjar de dioses.