He de confesaros algo. Antes de leer Atrapa el pez dorado de David Lynch, me propuse seriamente ver algunas de sus películas. Veréis, sé que no es ese el orden lógico. Quiero decir que lo habitual es que uno se interese por un libro de un director de cine después de conocer al menos parte de su carrera cinematográfica y no al revés. Bien. Lo cierto es que yo conocía Twin Peaks. La conocía desde hacía poco, es verdad, pero habrá quién dirá –yo no– que nunca es tarde si la dicha es buena (y sí que lo fue).
Lo demás, ahora sí, ocurrió en el orden natural de las cosas. En poco más de veinticuatro horas había visto ya Terciopelo azul y Mulholland Drive, con un resultado más que positivo –algo intenso también– por ambas partes, y había leído, desde la extrañeza y abstraída por ese ambiente entre hipnótico, rítmico e inquietante, este pequeño gran libro –traducido al castellano por Cruz Rodríguez– que trata sobre la meditación, la creatividad y otras curiosidades de la vida y obra del autor. El resultado, aunque breve, fue una fantástica experiencia.
En él, Lynch hace un repaso, aunque no solo, por toda su carrera artística, desde Cabeza borradora hasta Inland Empire, pasando por las ya mencionadas y su serie de éxito, Twin Peaks. Pero además, nos deja algunas pinceladas de su experiencia como pintor de cuadros, repartidor de periódicos o como autor, durante casi toda una década, de la tira cómica The Angriest Dog in the World.
Atrapa el pez dorado, publicado ahora en una nueva edición por Reservoir Books, es una mezcla de todo un poco que a veces da la sensación de pretender venderte también un modo de vida: la meditación trascendental y sus virtudes –claves en la obra del director–. Su mensaje, apuesto, os proporcionará a los más espirituales la oportunidad de disfrutar por partida doble de esta publicación sin entorpecer por ello la lectura a los más incrédulos.
Y es que, escrito con un tono reflexivo y ligero, su texto es además un acercamiento por los entresijos de la producción cinematográfica. Desde la importancia del sonido hasta su modo de trabajar con los actores, pasando por el montaje, la iluminación o el proceso creativo, entre otros. No importa que para ello David Lynch no se extienda demasiado. Como el pintor que lleva dentro, el director americano bosqueja, a partir de breves confesiones y anécdotas, una imagen mucho más amplia sobre el cine como concepto que deleitará, no me cabe ninguna duda, a cualquier que se tenga a sí mismo como un amante del séptimo arte.
Con todo, si algo se le puede reprochar a Atrapa el pez dorado es, precisamente, su brevedad. Sus confesiones a media voz son tan interesantes que uno se queda con ganas de mucho más. Como si durante el tiempo que dura su lectura se pudiera bucear de algún modo entre la mente de este particular autor y sus ideas. Todo un lujo. Es posible que esto sea lo más cerca que algunos lleguemos a estar nunca de la meditación trascendental. Y he de reconocer que si es así, funciona.