Augusto, de Anthony Everitt
Este año volví a enamorarme, pero no de una mujer ni de un paisaje, tampoco de un súper coche o de un aroma; este año me enamoré de una época, de un imperio, exactamente del romano: amor a primera leída.
Libros como Los asesinos del emperador, de Santiago Posteguillo, o la trilogía de este mismo autor sobre Publio Cornelio Escipión, series como Roma o lecturas sobre personajes magníficos como Julio Cesar, Cleopatra y Trajano lograron que decida que 2012 lo dedique a leer casi exclusivamente libros sobre aquel impactante, poderoso y cruel imperio.
¡Ay, si en lugar de clases de historia aburridas no hubieran mandado a leer estas novelas…!
Acabo de terminar Augusto, de Anthony Everitt y me cuesta regresar a este presente tan diferente. Me resulta difícil despegarme de aquellos tiempos sucios, sanguinarios y pasionales y, en este caso, de la vida del que hoy podemos decir que fue el primer emperador romano; sin embargo tengo que admitirles algo: Augusto no me dejó una buena sensación; no el libro, que está muy bien escrito, sino el personaje histórico.
La estructura, desde su infancia hasta su muerte, avanza rápidamente y se centra poco en batallas, sino en aspectos más personales y sociales, dándole mucho espacio no solo al personaje, sino a todo aquello y a todos aquellos que lo rodeaban: la sociedad romana está contada, podemos imaginar cómo eran las calles o lo supersticiosos que eran los romanos, pero a la vez no conocer solo a Augusto, sino aprender sobre la gente que lo rodeó, sus familiares, rivales más importantes o figuras históricas que pasaron por su vida, como Cleopatra, Julio Cesar, Marco Antonio, Bruto, Tiberio, Julia…
A medida que pasaban las páginas y el princeps iba creciendo, una sensación se afirmaba en mí, hasta que en la mitad del libro no aguanté más y grité ¡Pero Augusto era un miedoso y este autor lo está destrozando!
¿Fue Augusto miedoso, un poco afeminado y falto de carisma? ¿Es verdad que por momentos explotaba de ira, mandaba a asesinar gente y era frío como el hielo? Sí, pero eso no era todo. Y entonces llega la segunda parte del libro, ya en el poder. Y es cuando nos encontramos con lo mejor de Augusto, ese hombre que nunca fue un gran estratega o un valiente luchador pero que sin embargo fue un excelente administrador que apareció ante una Roma caótica y sentó las bases para todo un futuro de firmeza; él mismo lo resumió antes de morir “Encontré una Roma hecha de barro y os la dejo de mármol”
Con este libro aprenderemos que Augusto siempre fue de peor a mejor, que creció cada día y que ejerció como pocos el arte de la paciencia, la negociación y la libertad de expresión durante sus más de cuarenta años de liderazgo; como dice el autor, Augusto era un cobarde que se enseñó a sí mismo a ser un valiente y eso, para muchos lectores, será un ejemplo de superación; ver a un Augusto (por aquél entonces aun se llamaba Cayo Octavio) débil e introvertido llegar a dominar el mundo entero con dotes de mando, inteligencia y visión de futuro es digno de admirar.
Yo me enamoro todos los días, Roberto jajajja Muy interesante reseña…
Un abrazo!