Aurora boral, de Äsa Larsson

Cuando tenía doce o trece años, mis padres me daban veinte duros para pasar la semana. Ahora no recuerdo cuánto costaba el cine o las chuches de la época, pero a mí me pareció siempre que me asignaban poco dinero. Era 1981 y fue por aquellos días en los que apareció en los quioscos una colección que se llamaba “El club del Misterio”. Era una recopilación de lo mejor de la novela negra de siempre: Dashiell Hammet, Raymond Chandler, Patricia Highsmith, Conan Doyle… Cada libro costaba 95 pesetas y, cada jueves, como un reloj, me compraba uno.

Estas fueron dos constantes que se manifestaron en mi infancia y que se han perpetuado el resto de mi vida: mi atracción por la novela negra y la mala administración de mis ingresos. No falté a la cita ningún jueves durante casi un año, hasta que mi madre se hartó de ver aquellos libritos de colores que invadían sistemáticamente su mueble en el comedor. Se acabó la colección.

Todo esto viene porque acabo de terminar “Aurora boreal”, primera novela de Äsa Larsson, y me ha venido a la memoria aquella serie de libros. Me pregunto si dentro de unos cuantos años alguien la incluirá en un nuevo club del misterio. A lo mejor sí. Por lo menos, si se hace en los países nórdicos.

En esta novela se cuenta la historia de Viktor Strandgard, uno de los predicadores más influyentes de la zona, que ha sido brutalmente asesinado en su iglesia de Kiruna, ciudad situada al norte de Suecia. Las primeras sospechas recaen sobre su hermana Sanna, que es quien encuentra el cadáver. Rebecka Martinsson, abogada y amiga de la infancia de Sanna, vuelve a Kiruna desde Estocolmo para hacerse cargo de la investigación y de su amiga.

Esta sería, a grandes trazos, la sinopsis de “Aurora boreal”, una obra que no me ha convencido demasiado, ya que, a pesar de estar poblada de diálogos interesantes que visten con equilibrio y personalidad a los personajes, la encuentro algo fría y lenta. Hay varios momentos de la obra en que el lector está deseando que pase algo interesante y no pasa.

A medida que la novela avanza, vas comprendiendo que la lucha de Rebecka no es sólo por buscar al asesino de Viktor, sino que sirve también para sanar viejas heridas de Äsa. En este sentido, los flashbacks son la mejor herramienta. En éstos se puede ver que en el pasado de la abogada participaron tanto el propio Viktor, Sanna y los diferentes implicados en la trama.

Es una novela donde la autora deja palpable la diferencia de personalidades existentes entre unas mujeres de fuerte carácter, decididas y voluntariosas, y unos hombres que prácticamente son unas caricaturas, por no decir unos auténticos pepones. De entre las mujeres cabe señalar, a parte de la protagonista, la figura de la policía embarazada, personaje tan interesante como mal aprovechado, habida cuenta que sólo con la figura de Rebecka la novela no la rellena por completo. Un secundario de este calibre complementa y enriquece tanto o más que la protagonista.

No entro a valorar que a Stig Larsson (que no Stieg Larsson, que murió sin escribir de sus colegas) esta novela le mantuviera despierto toda una noche porque no podía dejar de leerla… Para una novela negra, Kiruna me queda un poco lejos.

Paco López León