Reseña del libro “Ay, William”, de Elizabeth Strout
“Pero cuando pienso: ¡Ay, William!, ¿no quiero decir también: ¡Ay, Lucy!? ¿No quiero decir: ¡Ay, todo el mundo, ay, todos en este ancho mundo!? Porque no conocemos a nadie, ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Si acaso un poquitín; poquísimo. Pero todos somos misteriosas mitologías. Todos somos misterios: eso quiero decir. Puede que esto sea lo único en el mundo que sé que es cierto.”
¡Ay, Elizabeth! Qué ganas tenía de leer una nueva novela tuya. De volver a saber algo de Lucy Barton. Si hay algo que me gusta de esta autora es el enorme ejercicio de introspección que hace con sus personajes, cómo escarba hasta llegar a las profundidades de lo que han vivido en su pasado y qué les ha hecho ser quiénes son en su vida adulta. Siempre me sorprende el nivel de profundidad al que llega mostrándonos tantas partes de sus personajes, pero sin llegar a conocer todos los detalles.
Y esto es increíble realista y creíble, ya que nos presenta a personas de carne y hueso que podríamos ser cualquiera de nosotros. En Ay, William, nos volvemos a encontrar con Lucy Barton, que ya ha superado la franja de los 60 años y nos quiere hablar sobre su exmarido: William, al que le unen tantas cosas como les separan. Y no solo nos habla sobre su relación fallida, incluidos los mejores momentos y el gran cariño (e, incluso, podríamos decir que amor) que siguen sintiendo el uno por el otro, sino que vuelve a hablar sobre el poder de la familia a la hora de definir nuestra personalidad y el camino que seguimos en nuestras vidas. Y, de esta forma, también sobre nuestros orígenes y de la forma en la que nos limitan durante toda nuestra vida, por mucho que queramos deshacernos de ellos.
Y lo hace como nos tiene acostumbrados, con frases generalmente cortas, un estilo depurado, pero muy bello e intimista, nos narra una serie de anécdotas que marcan momentos tanto memorables como rutinarios para cada uno de los protagonistas. Sin embargo, todos tienen su motivo para aparecer en la novela, así como su momento más adecuado. Es una novela compleja en cuanto a los temas que trata, pero no en la forma, ya que se hace tremendamente fácil de leer (aunque yo no quería avanzar rápido con temor a que se terminara demasiado pronto).
Si escribiera una continuación, la leería sin dudarlo: creo que tengo más de 10 fragmentos marcados con post-its para releer. Es de esos libros de los que no se sale indemne, que no te dejan indiferente, a los que quieres volver, pero sabes que, si lo haces, te puedes reencontrar ante una novela muy diferente. Porque todo lo que vivimos nos transforma de una manera u otra y nos convierte, incluso, en personas distintas.
En definitiva, la reflexión que quiere dejarnos Elizabeth Strout en esta novela es que es mejor no saber quienes somos, ni quienes son los demás, ya que podemos llevarnos la peor de las sorpresas. Que tendemos a pensar que tomamos decisiones continuamente cuando simplemente actuamos con la sensación de tener todo bajo control, pero que realmente nunca controlamos lo que hacemos. Y, ¿acaso esto no es cierto?
Pero nos gusta tener esa falsa sensación de control porque nos da seguridad. Buscamos sentirnos a salvo en un mundo en el que es imposible estarlo, en casi ninguna circunstancia. Así como tratamos de sentirnos libres y no queremos atarnos a nada y a nadie, cuando nadie es libre completamente, ni siquiera de nosotros mismos y nuestros propios demonios. Y todo esto nos hace inmensamente humanos.
Estamos a principios de febrero y solo diré que ya he encontrado una de mis lecturas favoritas de este 2022. Puedo afirmarlo sin ninguna duda.