Un autor de cabecera es, según el diccionario, aquél por el que se manifiesta preferencia y que se lee con frecuencia. El origen de la expresión se encuentra en la cabecera de la cama, que es donde algunos, supongo, ponen sus libros favoritos o, sencillamente, aquéllos más conducentes a tener un sueño dulce y reparador. Dado que mis autores favoritos provocan sueños más bien tormentosos, nunca los coloco a la cabecera de la cama. Por ello, voy a cometer la osadía de enmendar la plana a esos señores tan serios que escriben diccionarios, y corregir su definición de autor de cabecera.
Autor de cabecera: dícese de aquél cuyo estilo nos gusta tanto que nos da igual la historia que nos esté contando.
De acuerdo, la redacción podría estar mejor, pero no me negaréis que mi definición se ajusta mucho más a la realidad. Así, entre mis autores de cabecera se encuentran, por ejemplo, escritores como Bolaño o Faulkner, cuyos respectivos estilos me maravillan, escriban lo que escriban, y de quienes hace años que no leo nada.
Otro de estos autores de cabecera es, desde luego, el maestro Osamu Tezuka, quien, incluso en sus obras más flojas, es capaz de deslumbrarnos con sus insólitas perspectivas, su inagotable creatividad, su sentido cinematográfico y sus personajes siempre apasionados al borde del abismo. Pero cuando, además, a su inimitable estilo se une lo que ya describí en Ayako 1 como un majestuoso melodrama, los fans del manga, esa religión que se extiende por el mundo a pasos acelerados, no cabemos en nosotros de gozo.
La fiesta, es decir, el drama terrible, la tragedia familiar, los asesinatos y las venganzas a troche y moche, continúan en este Ayako 2, en el que nuestra trágica y perturbada heroína crece y se enfrenta con escasas armas a la terrible vida que la espera.
El trabajo gráfico de Tezuka es, una vez más, sensacional, y uno puede pasarse las horas bobas rastreando las influencias estilísticas. Servidor ve, en esa viñeta inferior de la página 67, un toque de Orson Welles; en esa casa de la 105, un remoto eco de Hitchcock; en esa extraordinaria secuencia de la página 111 a la 122, la teatralidad de los primeros años del cine; en la 182, inspiración para Taniguchi, y en la 190, para Joe Sacco. por mencionar tan sólo unas pocas referencias de las muchísimas que podrán encontrar los conocedores del cine y de la novela gráfica.
Por si todo ello fuera poco, este Ayako 2 viene con propina. En efecto, el melodrama concluye, de manera soberbia, por supuesto, hacia la mitad del volumen, y nos encontramos entonces con tres historias cortas que, con excesiva e injustificada modestia, el autor, en el epílogo, describe como “salvables”, y que a servidor le han parecido excelentes.
La primera de ellas, “Melodía de acero”, con un comienzo brutal e irresistible, nos presenta una historia de gángsters que deriva en un híbrido entre la novela paranormal, la ciencia ficción y el thriller. A continuación tenemos “La silueta blanca”, que, pese a su brevedad y a su apariencia de mero entretenimiento, es una pequeña joya que nos da una idea del genio de Tezuka. Muchos autores hubieran alargado esta bella y divertida historia hasta darle la dimension de una novela o un largometraje. No así Tezuka, que era capaz de parir cinco ideas parecidas antes del desayuno. Por último, “Revolución”, la última de las tres historias de propina, es una lograda tragedia con metempsicosis por enmedio.
Híbrido de estilos y géneros, pasión, violencia, sentido del humor, villanos que reciben su merecido, y héroes a los que les pierde el sentido de venganza. Ayako es Tezuka en estado puro.