Reseña del cómic “B.O. Como Dios”, de Ugo Bienvenu
Lo de los robots que son conscientes de su propia naturaleza, de sus carencias y limitaciones, de la búsqueda de su creador o de la deserción del fin para el que fueron creados no es nada nuevo. Diría incluso que es uno de los puntales de la ciencia ficción. El de la identidad propia, el sentido de la vida, de la existencia misma. ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Pero nunca creí que esas preguntas filosóficas pudieran plantearse desde un cómic porno visualmente tan atrevido. Y sí, digo porno y no me equivoco. Porno existencialista. Follo, luego existo.
BO es un robot sexual. El último de su clase. Un gigoló que se gana la vida (porque a pesar de ser un robot tiene gastos como batería, aceite, repuestos, revisiones periódicas, antivirus, repostaje de su nave fálica,…) recorriendo el universo para satisfacer sexualmente a las hembras de todas las galaxias. O sea, que vive como Dios. Y sus servicios son muy caros.
Tiene mérito que el autor nos plante en la cara tetas, pollas, coños, culos, bocas, tanto de humanos como de alienígenas, así como actos sexuales de toda clase mientras nos va narrando como si nada, voz en off, con la típica apatía sentimental robótica, lo que él ha observado al respecto de sus clientes en sus setecientos sesenta y dos años de “vida”.
“4. No metas la polla en la tostadora (Isaac Asimov. Extraído de Las cuatro leyes de la robótica)”
BO llega a la conclusión de que sus clientas quieren llenar un vacío vital. Mientras están con él creen llenarlo. Mantienen una relación libre de implicación social durante ese momento de desahogo. Hacen cosas con él que no serían capaces de hacer con otra persona y que además acarrearían que la relación posterior entre esas personas cambiaría radicalmente. Son felices con BO porque no se cortan lo más mínimo, porque confunden placer con felicidad. Porque BO no tiene la “moralidad” humana, no se reprime y quienes están con él tampoco. Pero cuando BO se va, el vacío vuelve a ocupar sus vidas.
Gráficamente B.O. Como Dios tiene un color apabullante, vivo, alegre, casi diría que muy pop, al igual que su dibujo, que me ha recordado en algunos momentos a Roy Lichtenstein pero sin la textura granulosa. Las páginas se componen en su mayoría de una o dos viñetas con escenas sexuales totalmente explícitas y sin apenas diálogo. El dibujo es fino, elegante y realista y digno de enmarcarse como si de un cuadro de Warhol o del ya mencionado Lichtenstein se tratara.
La lectura es muy muy ágil y entretenida, el formato que ha elegido Ponent tal vez sea algo más pequeño de lo que hubiera sido deseable, pero se nota que la edición ha sido muy cuidada y por otra parte, es más manejable así.
Lo ya dicho. Sorprende que un género como el pornográfico sea capaz de generar una obra con un alcance tan filosófico. Una pequeña obra (para mayores de edad) que revisitar de cuando en cuando en las frías noches de invierno que nos esperan.
Parece divertido, me ha recordado al perosnaje/robot interpretado por Jude Law en la pelicula “Inteligencia Artificial”, le echaré un ojo