En todas las épocas y culturas, el subsuelo ha tenido tres funciones: cobijar lo precioso, cosechar lo valioso y eliminar lo dañino. En él hemos escondido lo que queremos perder de vista y lo que amamos y deseamos salvar. Siempre está ahí, a nuestros pies, aunque no solemos reparar en su presencia. Alzamos la vista al cielo y vemos estrellas que se encuentran a miles de billones de kilómetros de distancia, pero si miramos al suelo, la vista se detiene en la tierra, la piedra, el asfalto. Y no parece importarnos. Descender es un acto antiintuitivo, la mayoría evitamos los espacios excesivamente cerrados, la oscuridad absoluta, los derrumbamientos, y todos esos miedos se unen en el subsuelo. Sin embargo, sin él no podemos entender las estructuras materiales contemporáneas, nuestros recuerdos, mitos y metáforas. Por eso, Robert Macfarlane ha descendido a las entrañas del mundo, y en el libro Bajotierra nos cuenta lo que ha visto y sentido. A través de descripciones exhaustivas, nos transmite su claustrofobia en determinados lugares, su asombro ante descubrimientos imponentes, sus reflexiones sobre nuestro pasado geológico y el incierto futuro que dejaremos a las próximas generaciones.
Como él mismo dice: «Bajotierra es una crónica de viajes al interior en busca de conocimiento». Hace más de quince años que escribe sobre las relaciones del paisaje y el corazón humano, lo que ha dado lugar a cinco libros. Comenzó hablando de las cumbres heladas más altas del mundo y ahora, con Bajotierra (Un viaje por las pronfundidades del tiempo), concluye su travesía en el subsuelo. Y esta última etapa es sorprendente.
Entre otros muchos destinos subterráneos, Robert Macfarlane nos lleva a ese rincón en Boulby, un pueblo de Inglaterra, donde se estudia la materia oscura que se formó en el nacimiento del universo, a las catacumbas de París, a la mayor galería de arte rupestre del mundo, la cueva Chauvet, también llamada Cueva de los Sueños Olvidados, a los ríos sin estrellas en El Carso (Italia), al subsuelo del mar, a las trincheras eslovenas y a la macroestructura para almacenar desechos nucleares en Finlandia.
También nos habla del wood wide web, esa red social subterránea a través de la que interaccionan las diferentes plantas de los bosques, nos hace reflexionar sobre el concepto Antropoceno y la clase de fósiles que estamos dejando a la posteridad, y nos pone sobre aviso de que los miles de kilómetros cuadrados de permafrost derretido están dejando al descubierto balas, uniformes, neumáticos de vehículos y cuerpos masacrados que han permanecido ocultos durante años y que muchas empresas de extracción se están frotando las manos por excavar en un terreno inexplorado.
La piedra, el hielo, las estalactitas, los sedimentos marinos y la deriva de las placas tectónicas llevan la cuenta del tiempo de la Tierra, y en Bajotierra, Robert Macfarlane hace que nos fijemos en ellos, en lo fascinantes y trascendentes que son. En compañía de personas que dedican su vida a conocer y preservar el subsuelo, nos demuestra que «la oscuridad puede ser un medio de visión y el descenso un movimiento hacia la revelación». Nos hace mirar más hondo y dar a las grandes construcciones del mundo exterior su justo valor. Porque llegará un día en que todas ellas se derrumben, sin embargo, la red de alcantarillas, canteras y catacumbas se conservarán íntegras en un futuro, aun cuando los humanos ya no estemos aquí. Por todo ello, Bajotierra es un libro profundo, hermoso y revelador, como el subsuelo que nos describe.