Madre. Una palabra corta, pero que significa tanto. Unos caracteres que, unidos, conforman todo un aluvión de sentimientos, recuerdos, reflexiones y vivencias que nos unen a la persona que, al nacer, primero nos cogió en brazos, después nos cuidó y más tarde, cuando ya fuimos mayores, siguió nuestros pasos aunque fuera en la distancia. Cuando somos pequeños no somos del todo conscientes de lo que significan, pero no podemos separarnos de ellas. Y es que las madre, nuestra madre, es para nosotros ese halo de vida que vemos pasear, acompañarnos al cine o llevarnos a la cama, mientras nuestro cuerpo crece y las ideas se agolpan. Barcos para papá habla de ellas. Pero también de la ausencia de un padre, y de las ilusiones de un niño porque aquellos que no están reciban un mensaje, el de dos palabras que para nosotros tiene todo el significado del mundo, que engloban aquello que no podemos describir con un discurso extenso, porque querer a alguien no se presta a descripciones superlativas. Y es que seremos siempre ese niño pequeño que se enfrenta al mundo y que, quien por suerte siga teniendo a su madre al lado, se siente protegido pase lo que pase, suceda lo que suceda, importe o no importe aquello que nos sobrepasa. Porque las madres son ese vínculo con algo que no sabemos muy bien nombrar, o definir. Nos unen a ellas hilos invisibles que, como el mejor guardián de algún secreto, sólo ellas saben encontrar el significado adecuado.
Buckley y su madre viven cerca del mar. Buckley hace barcos que luego lanza al mar. Si no regresan a la orilla sabe que han llegado a su destino, donde quiera que esté su padre. Lo que Buckley no sabe es que esos barcos tienen un significado completamente diferente del que había pensado.
La literatura infantil, más concretamente la que se establece alrededor de las emociones de los niños, me sorprende casi siempre. ¿Cómo es posible que en tan corto recorrido, en un camino tan pequeño, una autora como Jessixa Bagley haya creado una historia tan importante? Porque este es un libro para niños, eso es cierto, pero viéndolo desde la mirada adulta, es todo un libro sobre el aprendizaje de la pérdida y, sobre todo, de mirar con ojos diferentes a aquellos que nos rodean. Se habla mucho, y se hablará, sobre el amor de las madres. Y por mucho que teoricemos, es imposible describirlo desde una perspectiva lógica. Barcos para papá apela a ese espíritu en el que las madres son aquellas que salvaguardan nuestra infancia, que nos quieren por el simple hecho de hacerlo, sin razones, sin motivaciones ocultas, con esa forma blanca de querer como ellas lo hacen. Una historia tierna y, en ocasiones, para nosotros que lo vemos desde la experiencia, no para los niños que observan los cuentos como algo diferente, un agridulce sabor que se instala en el paladar de aquellos que perdieron algo y no lo volvieron a encontrar. Pero no hay que pensar, por tanto, que estamos ante una obra triste, porque no lo es. De lo que nos habla es de ese otro lado, de ese lado que permanece a veces en sombras por nuestro propio bien pero del que los niños aprenden siempre. Las madres, como decía, son aquellas que saben guardarnos de lo peor y enseñarnos una vida bastante mejor.
Jessixa Bagley construye una historia sencilla, pero que consigue su objetivo. Eso es algo que siempre me ha fascinado de los álbumes ilustrados: que con una sencilla unión entre letras e imagen es son capaces de trasladarnos a sentir cosas muy diferentes y a enseñarnos, en ocasiones, mucho más que una novela de dimensiones astronómicas. Disfruto con libros como Barcos para papá por un motivo que, a mí, me parece evidente: me hacen volver a ese lugar que dejé hace ya un tiempo y al que siempre he querido volver, aunque fuera un segundo, para verme reflejado en esos ojos que siempre brillaban cuando su madre le acercaba a la cama a leerle un cuento.