Si hay algo que destacar de la trayectoria del dibujante barcelonés Max es sin duda la capacidad de explorar diversos estilos en sus dibujos y reconocer que todos tienen su identidad. El Premio Nacional de Cómic recibido hace más de diez años o el galardón de Mejor Obra en el pasado Salón de Barcelona por su libro Rey Carbón —del que muy bien habla mi compañero reseñista y buen conocedor de tebeos—, amén de muchos otros premios, son reconocimientos más que merecidos para un fantástico artista en esto de hacer dibujitos. Desde sus canallas, anárquicos y pornográficos cómics de Peter Pank al existencialista y simpático Vapor, Max ha realizado una larga serie de obras en las que su deseo inagotable de producir arte no se ha visto nunca afectada. Parece hacer fácil una habilidad que nada tiene de sencilla. Sus dibujos han seguido una evolución coherente con el contenido de sus cómics. El trazo más sucio y caricaturesco de sus años en El Víbora ha ido dejando paso a unas líneas claras y planas, con formas más cercanas a los pictogramas, como ocurre en el citado Rey Carbón para dejar a la imaginación del lector desarrollar la narración que nos propone. Entre medias, muchos y variados tebeos, muchos carteles publicitarios, muchas portadas de discos, en fin, muchísimo arte ilustrado.
Así, llega a mis manos un cómic al que tenía muchas ganas y, como no podía ser de otra forma, no me ha decepcionado en absoluto. Se trata de Bardín el Superrealista, uno de sus tebeos mejor valorados. Es fácil, o más bien, insuficiente reducir su descripción y sus halagos a poco más que las reseñas de una o dos líneas de las fajas que suelen envolver los libros. Resulta muy generalista, digo, porque esta obra no solo recopila las historietas vertidas en diversas publicaciones de uno de sus personajes más simpáticos, Bardín, sino que además se convierte en un portal en comunicación directa con una de las expresiones artísticas de vanguardia más ricas: el surrealismo. Con claros homenajes a dicho movimiento, Bardín parece vivir ajeno a cuanto sucede a su alrededor. Aunque pasee por un extraño desierto con varios ojos observándole, o que un chucho que se hace llamar Perro Andaluz le hable y le trasfiera sus poderes y a él solo le importe que su acento no tenga nada de Andalucía, o que, mientras se queda embelesado observando las estrellas, estas se conviertan en todos los dioses y estos se reduzcan a su vez en un único Dios, Mickey Mouse. Para Bardín, eso de vivir por encima de la realidad (definición de la voz francesa surrealisme y que en España no tradujimos por su término real, ‘superrealismo’, sino por su adaptación fonética ‘surrealismo’) no tiene mucho sentido, porque Bardín parece vivir aún más arriba, o debajo, vete tú a saber, de esa realidad. Eso es lo que le convierte en un Superrealista.
El diálogo directo con el surrealismo se produce también en los homenajes a las ilustraciones y símbolos que desarrolló el ilustrador y poeta Juan Eduardo Cirlot, gran conocedor del movimiento. Este Cirlot creó el Diccionario de símbolos del surrealismo que cosechó gran éxito y, tanto en su arte ilustrado como en la figura del amigo de Bardín, tiene su digno y respetuoso homenaje a cargo de Max. En las distintas historietas recopiladas en este volumen que edita La Cúpula se puede apreciar un sutil cambio del dibujo del personaje, siempre en una línea clara y plana, pero que con el tiempo fue dando rasgos más limpios a Bardín. Dicho sea de paso, muy influenciado por Jimmy Corrigan de Chris Ware, que en muchas secuencias recuerda tanto en rasgos del personaje como en composición de viñetas. A destacar, según mi parecer, las historietas dedicadas a las pesadillas de Bardín, con un gato y un caballo muy mamoncetes que le hacen perrerías mientras duerme. Esto, por cierto, también tiene inspiración artística de un cuadro, esta vez, romántico. Todo en Max es arte, como puedes comprobar. Y el regalo que incluye este Bardín el Superrealista que es la historieta titulada “El ruido y la furia”, con un marcado dinamismo a través de líneas curvas y de fuga, que generan sensación de velocidad en la escena y rasgos más exagerados de la composición y del personaje, donde incluso escapa de la viñeta. Todo lleno de ese sentido del humor tan característico de Max que es sello de su arte, como lo son las manos de sus personajes, cuyo trazo de los dedos nunca llega a cerrar. Una buena pregunta que podré hacerle si algún día lo veo en una convención de tebeos. Sin duda, un buen modo de acercarse a su estilo y adentrarse en sus cómics, donde seguro te llevarán a querer conocer el resto de su obra.