Reseña del libro “Baron’s Court. Final de Trayecto”, de Terry Taylor
Pues sí, lo que le estaba diciendo. Que la vida está llena de epifanías más o menos decisivas pero que no nos hagamos pajas mentales, casi todas suelen ser jodidamente decepcionantes. Por no decir alienantes. Casi todas, repito. De todas formas, descuide: hoy paso de venirle a usted en plan comeorejas, que ya hay muchos tertulianos por metro cuadrado y mire luego lo que le pasó a Juan el Bautista. Además, uno puede ser muchas cosas pero no es gilipollas. Libros y Literatura suele estar frecuentado por personas como usted, más inteligentes y lúcidas que yo, y no me apetece sacar a relucir mi irrelevante, particular, a veces incontrolable pero siempre ridículo hasta la arcada esnobismo cultural, y menos aún sin haber ingerido unas cuantas copas antes.
Pero sí quiero decir una sola cosa, que para eso esta reseña la escribo yo, y es la siguiente: digan lo que digan en la escuela (o en las reuniones de catequesis), yo le digo que crecer, hacerse mayor o participar, en resumidas cuentas, de la lucha diaria entre “el bien” y “el mal” y esas vainas judeocristianas y liberales de mierda que nos han enseñado, y hacerlo indefinidamente y hasta que estiramos la pata, es un auténtico coñazo, una putada, vamos. (Y además es el germen de la millonaria industria farmacéutica).
Dicho queda. Y ahora ya sí que puede usted insultarme. Aunque le advierto que a mí, después de la que nos está cayendo, ya me la suda todo.
Pero si no comparte mi triste argumentario de Peter Pan de extrarradio, también puede decírselo usted al protagonista adolescente y sin nombre de Baron´s Court. Final de Trayecto. Un chaval que vive aburrido, desesperado, el infeliz, viendo pasar la vida en casa de sus padres mientras percibe desde la ventana de su habitación las luces y los primeros ecos de otro mundo, ese que se parece tanto al de sus sueños juveniles. Ese mundo donde todo puede ser posible (como usted y yo nos creíamos también, ¿verdad?). En este caso, se trata del Londres eternamente joven y cool que nacía más allá de la estación de metro de Baron´s Court a finales de los cincuenta. El Londres que desencadenó la mayor explosión juvenil y cultural conocida hasta la fecha: la del Swinging London sesentero.
Por lo tanto, dígaselo a él y quizás también encuentre respuesta para sus propias preguntas, vaya usted a saber. Porque seguro que le contará lo que significa hacerse adulto en mitad de una fantasía. Lo que significa la lucha entre la pulsión transgresora y la moral, entre el deseo y los valores que nos conforman. Lo que significa confrontar los sueños con uno mismo y ya ni le cuento lo que significa darse cuenta de quién vamos a ser finalmente, ya sabe a qué me refiero.
De nuevo, los amigos de Colectivo Bruxista me vuelven a encandilar con uno de mis platos favoritos: una novela de bajos fondos plagada de subcultura, de drogas, sexo, rock and roll y juventud, pero también llena a rebosar de fraternidad, amor, amistad, humor y vida. Terry Taylor, pionero de la subcultura mod, escribió esta honesta novela siendo casi un crío, mientras descubría antes que nadie lo que estaba empezando a cocerse en Londres. Regentó los clubs, las galerías y los sitios más modernos y más salvajes al otro lado de esa estación de metro, la de Baron´s Court, de la que se sirvió como simbólica frontera entre el mundo aburrido y alienante de los adultos, el Londres de clase obrera y de la reconstrucción capitalista tras la II Guerra Mundial, y ese otro Londres revolucionario, inconformista, hedonista y sin futuro que representó la juventud inglesa de los sesenta y todas sus riquísimas subculturas.
Stewart Home, el inclasificable performance británico, autor de Tainted Love, una maravilla de novela que describe el período del Swinging London desde una peculiar visión (y que es, sin duda, el mejor libro que un servidor leyó en 2021 cuya reseña creo que tenemos por aquí), cuenta en el prólogo que acompaña a la novela de Taylor que Baron´s Court. Final de Trayecto fue un libro de culto para toda una generación de jóvenes ingleses. Tanto fue así, que se convirtió casi en una leyenda porque fue imposible encontrar el libro durante décadas en ninguna librería o tienda cultural del país, a pesar de que todo el mundo parecía saber de su existencia o decía haberlo leído alguna vez.
Ahora que lo he leído yo también, y a pesar de que me ha pillado ya casi jugando al parchís con mis colegas, entiendo perfectamente que fuera así. Seguramente, conociéndome, si yo hubiera estado allí, habría vendido la maldita Thermomix por una edición sin tapas del libro y escrita en alemán.
Pero esto no lo digo porque ya me esté haciendo mayor, sino seguramente porque entonces no existía la maldita y jodida Thermomix.