Reseña del cómic “Batman: R.I.P. (La saga completa)”, de Grant Morrison
Antes de que The Batman de Matt Reeves, con el actor Robert Pattinson poniéndose en la piel de El caballero oscuro, se estrenara en la gran pantalla la editorial ECC se puso las pilas para traernos de lo bueno lo mejor del personaje creado por Bob Kane y Bill Finger. A la etapa actual guionizada por James Tynion IV, había que añadirle curiosidades como Batman vs Feroz de Bill Willingham o el rescate de clásicos como Batman: El largo Halloween o Batman: Año uno. De toda esta avalancha de lanzamientos un título en concreto llamó poderosamente mi atención: Batman: R.I.P. (La saga completa). La maravillosa portada de Alex Ross, que muestra un Batman fotorrealista y noventero cerniéndose sobre el lector, puso su granito de arena a la hora de que mi vista se detuviera en este cómic, pero, indudablemente, lo que realmente hizo que me decantara por esta obra y no por cualquier otra de la variada biblioteca sobre aventuras del protector de Gotham fue su guionista: Grant Morrison.
Desde que el guionista de cómics escocés Grant Morrison consiguió que volviera a emocionarme con una historia de Superman, no me pierdo ni una de sus obras. Si bien es cierto que no es ningún rey Midas y que en ocasiones se pasa de conceptual, siempre busca formas originales, muchas veces extravagantes, de reinterpretar un personaje de sobras conocido por veteranos y neófitos en esto de leer cómics. En Batman: R.I.P. nos muestra un Bruce Wayne que cada vez se siente más atrapado por la oscuridad de su alter ego justiciero, así que emprende una especie de viaje místico en busca de cierto equilibrio mental y de nuevas maneras de avanzarse a los ataques de sus enemigos. Su singladura lo llevará de desiertos donde habitan extrañas tribus místicas a la mismísima Nanda Parbat en busca de una meditación extrema que pondrá a prueba su mente. A su regreso a Gotham Bruce Wayne se topa con dos malas noticias. La primera es que hay tres imitadores de Batman haciendo justicia por la ciudad y uno de ellos le ha descerrajado un tiro en la cara al Joker. La segunda es que el escarceo amoroso que hace años tuvo con Talia al Ghul dio como resultado un hijo, y el muchacho está dispuesto a lo que sea para convertirse en el sidekick de su padre cueste lo que cueste.
Durante un buen tramo del cómic será el dibujante Andy Kubert, con ese estilo cargado de acción e incluso algo sensacionalista, quien convertirá en imágenes las palabras de Morrison. Batman se verá envuelto en una batalla paternofilial por conseguir que su hijo, criado bajo la tutela de La liga de los asesinos, siga un camino de rectitud y justicia. A los tira y afloja entre padre e hijo se le añadirán los propios planes de Talia. La típica situación de pareja divorciada y muy mal avenida con el vástago haciendo lo que le sale de los cojones pero llevado al escenario de los superhéroes. Mediante un diálogo interno donde es fácil escuchar la voz profunda de Batman, Grant Morrison irá desgranando la, en principio, tóxica relación entre Bruce y Damian. Mientras tanto, el guionista va elaborando su propio mito del héroe, reaprovechando material existente y añadiendo nuevo. Por las páginas de este Batman R.I.P. veremos pasar situaciones de la edad de plata, trajes de Batman de diferentes épocas con batmóvil a juego, la vuelta de un Joker desquiciado que nunca defrauda, así como un nuevo rol para Bat-Mite o el Batman procedente de otro planeta y de nombre Zur-En-Arrh.
Cuando la cosa se pone realmente interesante es con la entrada de El Guante Negro. El tipo es un misterio, además de una mente criminal a la altura de Moriarty. Un enemigo de inteligencia suprema que hace su acto de aparición en el mismo arco argumental que El club internacional de héroes: un club formado por superhéroes de diferentes partes del globo terráqueo que tomaron a Batman como inspiración. J. H. Williams III se encarga de la parte gráfica de esta historia que parece sacada de una novela de Agatha Christie. Una mansión, un puñado de personas y un asesino que los va cazando poco a poco. Williams III juega con pasado y presente para ofrecer una curiosa mezcla de estilos: el pasado tiene forma de viñetas viejunas de los setenta con cuatricomía incluida, mientras que para los hechos que Batman tienen que investigar toma forma lo gótico y oscuro así como viñetas que parecen formar parte de un cuadro colgado en una casa victoriana. De aquí en adelante Grant Morrison se mete a fondo en la psique del protagonista induciéndolo en la más brutal de las locuras. Flashbacks, mundos alterados, idas de ollas muy gordas, historias paralelas y realidades imposibles nos envían de viaje por la torturada mente de Bruce Wayne en un juego de espejos grotesco donde el puzle, con dibujo mejorable de Tony S. Daniel, no acaba de encajar del todo debido a esos tie-ins o crossovers que son las piezas indispensables que en este integral no encontraremos.
Batman R.I.P. (La saga completa) contiene 52 núms. 30,47, Batman núms. 655-658, 663-669, 672-683, 700-702, DC Universe núm. 0, Batman & Robin 1-16, The return of Bruce Wayne 1-6. Y son los dos arcos argumentales los que, sin descubrirnos nada, nos llevan directos al título del cómic que hoy nos ocupa, pues Batman, de una u otra forma, tarde o temprano acaba muriendo. Pero tampoco es una sorpresa que, como todo superhéroe que se precie, se las acabará ingeniando para regresar. Con Bruce Wayne desaparecido y Tim Drake fuera de juego, los encargados de velar por Gotham serán Dick Grayson (que cambiara su traje de Nightwing por el de Batman) y Damian Wayne que se convertirá en el nuevo Chico Maravilla. Dimes y diretes, encontronazos a cada momento y una batalla por conseguir el respeto mutuo, será el día a día de unos hermanastros condenados a entenderse si quieren hallar a Bruce Wayne. Un circo de freaks asesinos, la vuelta de Capucha Roja y un alucinante viaje por el árbol genealógico de los Wayne es lo que nos espera en el tramo final de este Batman: R.I.P. con un puñado de dibujantes que más o menos están a la altura pero que no alcanzan las cotas de calidad de un Frank Quitely que se muestra como un verdadero arquitecto a la hora de articular un entramado de viñetas que hacen de su narrativa visual puro arte.