En mi casa siempre ha habido una estantería entera dedicada a las obras de Stephen King. Yo todavía puedo recordar cómo las cogía para mirarlas una a una. Sin apenas saber leer, intentaba descifrar los títulos y ver sus portadas. Hasta que llegó It, desencadenando en mí un miedo que nunca antes había sentido. Tiré el libro de cualquier manera y salí corriendo de la habitación donde los guardábamos. Le pedí a mi madre que escondiera ese libro, para que jamás lo volviera a ver. Ese payaso de la portada visitó mis pesadillas noche tras noche. A día de hoy, tal vez ya por costumbre, es el único libro de mi estantería que está del revés, con el lomo mirando a la pared. Jamás me he atrevido a leerlo.
Mi madre, gran aficionada a la lectura, pasaba sus noches de insomnio sumergida en alguna historia de terror del que fuera uno de sus escritores favoritos y yo me acurrucaba a su lado y le pedía que me leyera un poquito, aunque solo fuera una hoja. Ella, sabiendo que no me dormiría hasta que lo hiciera, me leía algún fragmento del libro que estuviera leyendo en ese momento. Muchos de esos fragmentos estaban escritos por King. Pero yo no me enteraba de nada, porque ni sabía la historia, ni sabía quiénes eran los personajes. Solo quería escuchar la voz de mi madre un ratito antes de caer en los brazos de Morfeo.
Y no fue hasta hace unos tres años que me atreví a leer a King. Fue Carrie la primera novela que cogí. Me gustaba tanto que hasta me la llevaba a la facultad para leerla a escondidas mientras el profesor de Derecho Civil daba una de sus peroratas. La devoré.
Pero me resultó como muy intensa, por eso quise dejar que pasara un tiempo hasta que me decidiera a leer otro de los libros del dios del terror. Y ese momento llegó, hace más o menos un mes, cuando salió a la venta Bellas durmientes. Tal vez fue su portada enigmática e hipnotizante, o tal vez la sinopsis tan atractiva que leí antes de que se pusiera a la venta lo que hizo que en mi cabeza se encendiera la bombilla de “has descubierto tu próxima lectura”.
En esta ocasión, según lo que he podido leer por ahí, la idea original de la obra la propuso Owen King, el hijo de Stephen. Quería que su padre la escribiera. Pero ambos fueron añadiendo cosas a la historia, capítulos y más capítulos y llegó un momento en el que ya no se supo quién escribió qué. También he leído por ahí que los grandes amantes de King (esos que se han leído casi toda su obra y a los que no llego ni a la suela de los zapatos) sabrán descifrar qué parte escribió cada uno de ellos con casi total seguridad. Y eso me gusta. Me imagino a alguien leyendo un determinado trozo y pensando: “sí, esto, sin duda, es de King padre”.
Yo solo sé que Bellas durmientes ha sido una de las lecturas más extrañas de mi vida. Veamos: el marco general está claro. Hay un virus, llamado “virus Aurora” que hace que todas las mujeres del planeta se queden dormidas, como encerradas dentro de una especie de bulbo gigante que las engulle y las paraliza durante mucho tiempo. Entonces los hombres se quedan solos en el planeta. Hasta ahí bien. Pero después los maestros King (habrá que empezar a hablar, merecidamente, en plural) empiezan a meter guerras apocalípticas, muertos vivientes, política, ángeles vengativos, parricidios, drogas y cientos de personajes.
Es un lío tremendo.
Pero para eso, padre e hijo nos ayudan grandiosamente agregando al libro una lista con todos los personajes que aparecen, algunas de sus características y qué relación tienen con los demás. Gracias al cielo, porque si aun con la lista es difícil seguir todas las tramas, no me quiero ni imaginar lo que hubiera sido leer este libro “tan pequeñito” (nótese la ironía, ya que tiene casi ochocientas páginas) sin esa gran ayuda.
Le he encontrado un pero, todo hay que decirlo. Y es que en algún momento determinado me ha resultado pesado y varios capítulos me han parecido innecesarios. Creo que el libro hubiera sido mucho mejor si no se hubieran añadido tantísimas tramas y no se hubiera liado tanto la historia. El mensaje está claro, pero a veces se difumina entre tanta trama trasversal que hace que en ciertos momentos la lectura se ralentice. Desde luego, este es mi punto de vista y solo tú, lector, tendrás la última palabra.
Aun así Stephen King, ahora acompañado por su hijo, lo ha vuelto a hacer. Nos ha dado una historia de terror en la que, seguramente, acabará basándose una película. Porque tiene esa descripción que tanto caracteriza a King que hace que te lo imagines todo perfectamente. Que, mientras lees, en tu cabeza ya se han dibujado todos los escenarios, como si en vez de leyendo un libro, estuvieras viendo directamente la película. ¿Todavía no sabéis por qué no he leído It? Pues por eso mismo. Porque me da mucho miedo que al coger ese libro el payaso se quede para siempre dentro de mi cabeza. Pero, al fin y al cabo, esa siempre ha sido la intención de King, ¿no?