Reseña del cómic “Billionaire Island”, de Mark Russell
Sequía y desertización como hitos de la irracional autodestrucción planetaria. ¿Cómo explicas que cada vez haya menos espacio habitable en la Tierra y al mismo tiempo, la población mundial no deje de crecer? Todos los años millones de personas se ven empujadas a huir de sus casas en busca de un lugar donde creen que mejorarán sus condiciones de vida. En esta distopía trágicamente realista, la cifra continuará en aumento, hasta que también te toque a ti y no haya ningún lugar donde poder refugiarse. A menos que seas tan asquerosamente rica que formes parte del selecto club de la isla de los multimillonarios. Éste es el escenario que dibuja Mark Russell en su nuevo cómic: Billionaire island.
El planteamiento apocalíptico del cómic, ni más ni menos que el final de la humanidad, parte de una premisa: la idea del multimillonario filántropo es un oxímoron, tan imposible como los círculos cuadrados. Desde la Grecia clásica de la democracia de los “hombres libres” (risas) intentan colar este falso universal como una generalidad aplicable a todas las personas (más risas). Cuando un miembro de la super élite defiende colonizar el espacio para salvar a la humanidad, solo identifica a esta humanidad con él y unos pocos ricos más, excluyendo al resto. Cuando Dmitry Itskov afirma que se va a asegurar de que en los próximos 30 años seamos inmortales, no se está refiriendo ni a ti ni a mí. Así es como Mark Russell retrata a los multimillonarios en Billionaire island: seres excéntricos y despiadadamente egoístas, que tratan a los demás como esclavos reemplazables y lo hacen con total impunidad. Pero no son los únicos que quedan malparados en esta historia. Russell se mete con todos. Y lo hace con mucho humor. Me ha recordado mucho el mensaje a la reciente película Don’t look up, que como diría mi madre: “si no fuera dramático, sería ridículo”.
Billionaire island te cuenta como harían Groucho Marx o los Monty Python algo que todo el mundo sabe, o sea, que el mundo se va a la mierda. Con altas dosis de humor tan absurdo que roza el surrealismo, derritiendo tus idílicas cosmovisiones con material corrosivo. Muy al estilo de Brieva, en Dinero, por ejemplo, se abrirán huecos en tu percepción que no van a dejarte ver el mundo color de rosa never. Entre sus páginas puedes encontrar el Salón de masajes la Mano invisible, un restaurante de animales en extinción y otras muchas escenas “divertidas”, con periodistas notificando “de acuerdo con informaciones no confirmadas” o camareros con collares eléctricos, que reciben una descarga si no traen el pedido en 15 minutos.
A la mordaz denuncia social de Mark Russell, guionista del hilarante Second coming, se une el excelente dibujante de Harley Quinn: cristales rotos, Steve Pugh. Ambos nominados a los premios Eisner, los Óscar de los cómics. Y eso se nota. Los dorados y el verde decadente que rigen la paleta son certeros. Como si entraras al salón de un aristócrata, con sillones de capitoné, cortinas polvorientas, cajas de puros y ese ambiente rancio de un poder anacrónico y que muy a mi pesar sige marcando el ritmo del planeta.
Visionario, casi diría yo “basado en hechos reales futuros”, Billionaire island es el primer volumen de una serie, cuyas bufonadas intentan hacerte pensar y que reacciones. Aunque como dice al final de este volumen: “¿Cómo resolver el problema, cuando el problema somos nosotros?”. A lo que podría contestarle con la frase de Primo Levi cuando hablaba de los campos de concentración, conocidos como “la solución final”: “no me dan miedo los problemas, sino las soluciones”. ¡Sapere aude!