Que el libro siempre es mejor que la película es una frase que los amantes de la lectura solemos defender a capa y espada. Las versiones cinematográficas no siempre plasman todos los detalles de la historia original y se nos quedan cortas. Pero ¿qué pasa cuándo es al revés? Aunque los ejemplos son mucho menos numerosos, también hay películas que después de su gran éxito se han adaptado a novela. Es el caso de Billy Elliot, la película británica que causó sensación en el año 2000 y que fue convertida en libro poco después por Melvin Burgess.
Yo vi Billy Elliot en el cine con mi clase del instituto. Creo que fue la única vez que nos llevaron a ver una película fuera de las aulas. ¿Y por qué Billy Elliot? Porque recrea las huelgas de los mineros ingleses durante los años ochenta. La historia del protagonista era lo de menos, dijo la profesora. Y fue precisamente esa historia, la de un niño que se olvida de los convencionalismos sociales y deja el boxeo por el ballet, la que llamó mi interés. ¡Qué ejemplo de valentía, de sacrificio, de aceptación! ¿Cómo pudo decir que eso era secundario? Vale que estuviéramos en clase de Historia, pero aún hoy me sorprende que pasara por alto todos esos valores que la película transmitía. Dejó que aquellos adolescentes se rieran cuando en la gran pantalla se hablaba de homosexualidad o se veía «un chico haciendo cosas de chicas», en vez de aprovechar la ocasión para abrir sus miras y cargarse sus estúpidos prejuicios. Aquel día tal vez nos quedó claro lo que era un esquirol y las consecuencias de una huelga, pero nadie nos alentó a ser cómo quisiéramos ser, sin importar lo que dijeran los demás.
Casi veinte años después, de aquella película solo recuerdo la pasión de Billy, porque más allá de recrear un conflicto laboral de enormes consecuencias en el Reino Unido, es ese personaje el que hizo grande aquella película. Y a ese mismo Billy lo he encontrado en la adaptación de Melvin Burgess que acaba de publicar SM con las ilustraciones de María Simavilla: un niño con una vida familiar complicada y lleno de dilemas interiores porque lo que desea hacer se sale de la norma. Pero también he profundizado en los pensamientos de Jackie Elliot, el padre, que lo hacen más cercano; los de Tony, el hermano y polo opuesto de Billy, y los de Michael, su amigo incondicional, que también nada contra la corriente. Esa es una de las ventajas de la narrativa, que nos permite meternos en las cabezas de los personajes y descubrir qué se esconde detrás de un ceño fruncido.
Tendría que volver a ver la película para deciros si el libro es una adaptación fiel o se toma algunas licencias, pero ¿acaso importa? Billy Elliot es, ante todo, una historia de valores y estos aparecen tanto en una versión como en la otra. Así que ved Billy Elliot y leed el libro sin preocuparos de encontrar las diferencias. No hagáis como aquella profesora mía que se obcecó por cumplir el temario del curso y no aprendió la gran lección que nos da Billy Elliot para crecer como seres humanos.