Blancanieves debe morir, de Nele Neuhaus
En Altenhain, ese pueblecito idílico que ella creía aburrido y monótono, vivían monstruos despiadados, brutales, disfrazados de inocentes burgueses. ¿Les suena esa frase de Blancanieves debe morir? Desde la señorita Marple y su diminuto pueblo de Saint Mary Mead, uno de los grandes aciertos de la novela de misterio de las últimas décadas ha sido explotar el filón de los ambientes opresivos y engañosos de las comunidades pequeñas, los pueblos aparentemente idílicos donde todos-se-conocen-y-nunca-pasa-nada, pero que son en realidad bombas de relojería creadas a fuerza de muchos años, a menudo generaciones de odios enconados y encubiertos bajo la apariencia de la confianza y la buena vecindad. En este subgénero, el arte imita la vida tanto como en el subgénero más urbano, hard boiled y abiertamente violento, brutal, de la novela negra. Es un subgénero éste mucho menos cruento y mucho más suave, aunque esa suavidad suele ser la de la mano enguantada en terciopelo que vierte una dosis de cianuro en la copa de la víctima.
Pero Blancanieves debe morir es una novela de misterio. Por eso, la descripción psicológica y sociológica no es el motivo principal, y se hace de forma pasajera y como soporte a la trama principal. Esto me parece un acierto: lo que aquí buscamos es una historia de esclarecimiento de crímenes, no otra cosa. Nele Neuhaus escribe con economía de medios: describe personajes, ambientes y situaciones sin detenerse en ellos más de lo esencial para el avance de la trama. Y, personalmente, agradezco que no caiga en largos episodios costumbristas o familiares que realmente no vienen a cuento, como sí dan en hacer otros autores muy celebrados de este género, que nos cuentan con pelos y señales cómo y de quién se enamoran los protagonistas, cómo preparan su boda, cómo llevan su embarazo, qué hacen sus hijos, quién prepara la cena y cómo lo hace…
Blancanieves debe morir es una eficaz y grata novela de misterio que, si bien no depara enormes sorpresas, se lee con interés de principio a fin, y además, en mi caso, me ha servido para conocer a unos protagonistas, Pia Kirchhoff y Oliver von Bodenstein, que de entrada me han caído simpáticos: no leen alta literatura ni son especialmente adictos a la música clásica, sus vidas no son un cuento de hadas, no van rompiendo corazones a medida que andan, no toman drogas ni tienen traumas inconfesables, no tienen un carisma que amenace con dejar en éxtasis al respetable lector, y hablan como personas normales.