Confieso que tuve miedo a Borges mucho tiempo. Bueno, no miedo; respeto sería una palabra más ajustada. Me parecía uno de esos autores inextricables y me resistía a leerlo. Hará unos tres años, probé con el relato El inmortal. Y sí, comprobé que Borges era un escritor tremendamente complejo… y fascinante. Así que me atreví a dar un paso más y leí Ficciones. En cada uno de los cuentos que lo componen, Jorge Luis Borges dejó patente que era un erudito de imaginación desbordante, un literato que pocas veces ha sido igualado o superado. Pero poco sabemos del hombre, del joven, del niño que fue. Borges, el laberinto infinito, escrito por Óscar Pantoja e ilustrado por Nicolás Castell, es una biografía ficcionada en formato cómic, publicada por Rey Naranjo Editores, que retrata acontecimientos clave de la vida del escritor argentino, lo que nos permite entender mejor cómo alcanzó tan extraordinario nivel de sabiduría y el porqué de sus laberintos literarios.
Hace unos meses, disfruté de Rulfo, una vida gráfica, escrita también por Óscar Pantoja para la misma editorial, así que cuando vi que publicaban Borges, el laberinto infinito supe que era una gran oportunidad para conocer un poco mejor a uno de los escritores fundamentales del siglo XX. Esta biografía ficcionada repite la misma estructura que la de Juan Rulfo, con continuos saltos temporales que van del joven Borges al niño, pasando, de vez en cuando, por el anciano. Aunque la biografía de Borges no me ha impactado tanto como la de Rulfo, cuya novela gráfica me pareció una joya de lectura imprescindible, he de reconocer que ha sido también una lectura gratificante y que me ha sorprendido en muchos momentos.
Nada sabía yo del Borges hombre, más allá de su ceguera y de que nunca le concedieron el premio Nobel de Literatura. Pero gracias a Borges, el laberinto infinito, he descubierto que los suyos lo llamaban Georgie, que su padre lo animó a ser escritor antes, incluso, de que aprendiera a leer (un respaldo poco habitual, como sabrá cualquiera que haya mostrado inclinación por alguna de las áreas del mundo artístico), que tenía una entrañable relación con su hermana, que tuvo miedo a los espejos desde temprana edad y que hubo una traición amorosa que le marcó de por vida y que convirtió en su gran obra, El Aleph.
A pesar de que he leído pocos relatos de Borges, he entrado en el juego de referencias a sus historias más conocidas. Y es que, si algo ha conseguido Borges, el laberinto infinito con el mismo éxito que Rulfo, una vida gráfica es avivar mi curiosidad por el escritor protagonista y el deseo de redescubrir sus obras. Sé que cuando vuelva a atreverme con uno de sus relatos, ya no solo me perderé en laberintos metafóricos y metaliterarios, sino que en cada vuelta veré el lado humano de Borges, con sus miedos y obsesiones infantiles y con sus fracasos juveniles.
Al final, Borges puso luz a sus sombras cuando se dio cuenta de que el paraíso era, simplemente, su biblioteca. Y conocer un poco más al hombre que hizo semejante afirmación, ha hecho que mi respeto hacia él aumente, ya totalmente desprovisto de temor y repleto de franca admiración.