Botchan, de Natsume Sōseki
Un clásico de la literatura japonesa contemporánea, divertido y entrañable.
Hace ya tiempo que tenía ganas de leer algo de literatura japonesa, tan de moda últimamente: Murakami, Katayama, Kawabata… Pero claro, ¡no me iba yo a leer lo mismo que el todo el mundo! Así que me decidí por “Botchan”, de Natsume Sōseki, avalada por su condición de gran clásico de la literatura nipona contemporánea; una obra que puede presumir de padrinos: Kenzaburo Oé o el mismísimo Haruki Murakami cuentan a Sōseki entre sus maestros. Para mi sorpresa, no he encontrado ni la sensualidad ni el delicado lirismo que buscaba. Ni siquiera ese sentido estético tan característico lo hallé en “Botchan”. Por el contrario, se trata de una novela densa, directa, explícita y, además, bastante divertida.
Publicada por entregas en una revista hace ya más de un siglo, podría pensarse, por su sencillez y por su tono informal y, en ocasiones, humorístico, que la segunda novela de Sōseki es una obra menor. En realidad, más que en el estilo o en el argumento, el interés de “Botchan” radica precisamente en él, en Botchan, su protagonista.
¿Tienen un amigo impresentable, de esos que no piensan las cosas antes de hacerlas, que siempre se meten en líos, que nos avergüenzan constantemente con sus meteduras de pata? Pero, por otra parte, ¿tienen la seguridad de que ese amigo nunca les dejará tirados, que siempre podrán contar con él? Pues bien, ese es Botchan.
La novela narra, entre la ironía y la farsa, las tribulaciones de Botchan (que, entre otras traducciones posibles, equivaldría a “niño mimado”), un joven profesor, nacido y educado en Tokio, que acepta como primer destino una escuela en Matsuyama, una pequeña ciudad en la alejada isla de Shikoku. En realidad, aunque la ciudad donde transcurre la historia no aparece nombrada en el texto, la descripción coincide con Matsuyama, donde Sōseki pasó un año enseñando en un instituto. Al parecer, Sōseki monta el escenario en el que se desarrolla buena parte de la historia a partir de sus propias vivencias, pero la novela no es en absoluto autobiográfica.
“Desde niño, he tenido una impulsividad innata que me viene de familia y que no ha hecho más que crearme problemas.”
Esta breve presentación, con la que comienza la novela, contiene la clave del comportamiento de Botchan. Empleando las palabras de Andrés Ibañez en el prólogo, Botchan es “obsesivo, acomplejado, ácido, descreído, irreflexivo, vengativo, irremisiblemente ingenuo”. Siempre fiel a sus principios en cualquier circunstancia, es íntegro y justo –según su particular código de justicia– más allá de lo razonable. Y esta combinación, como pueden imaginar, le traerá muchos problemas a lo largo de la narración.
El caso es que Botchan quiere ser desconfiado; trata de ser astuto en el claustro y autoritario en el aula, pero la realidad es que todo el mundo le toma el pelo continuamente. Encima no cae bien a los demás, es arrogante e impulsivo, desprecia a los provincianos habitantes de Matsuyama tanto como a los presuntuosos que hacen gala de una cultura o de una posición superiores, lo que le convierte continuamente en objeto de bromas y víctima de conspiraciones.
Habla y actúa sin pensar, pero cuando sufre las consecuencias, las afronta con dignidad y, al igual que no tiene ningún miedo a enfrentarse a nadie, tampoco tiene reparos en reconocer su error y asumir sus responsabilidades.
“No había forma de librarme de aquel discurso y, mientras lo escuchaba, me reafirmé en la sensación de que había ido a aterrizar en el lugar equivocado. Pronto me dio por sospechar que no iba a poder cumplir lo que se esperaba de mí. […] No me gusta mentir, así que no me quedaban muchas salidas. Debía enfrentarme a la situación, aceptar que mi presencia allí se debía a un malentendido, presentar mi dimisión inmediata e irrenunciable y volver a casa. Pero acababa de darle una propina de cinco yenes a los de la posada, y todo lo que tenía en la cartera eran nueve yenes y algo suelto. ¡De ninguna manera suficiente para volver a Tokio! ¡Ojalá no hubiese dejado ninguna propina! Me había comportado como un imbécil. Pero incluso con nueve yenes, pensé, me las arreglaría para volver a casa. Y aún en el caso de que no pudiera hacerlo, cualquier cosa me parecía mejor que mentir.”
Pendenciero y vengativo por naturaleza, sin embargo es incapaz de cometer a sabiendas una injusticia, ni de permanecer indiferente al presenciarla. Es un perdedor vocacional; las pocas veces que su impulsividad o su ingenuidad no le abocan a la derrota, las escasas ocasiones en las que el destino le beneficia a él, la idea de que no ha obtenido la victoria en una confrontación directa y honorable le empuja a simpatizar con el derrotado y ponerse de su lado.
En cada conflicto, real o imaginado, Botchan se empeña en discernir quién es el bueno y quién es el malo, para saber por qué bando debe tomar partido. La imposibilidad de clasificar inequívocamente a cada habitante de su pequeño universo en este rígido esquema bipolar le condena a hundirse cada vez más en la confusión, incapaz de entender la complejidad del carácter humano. En última instancia, sus dificultades para integrarse en la sociedad tienen su raíz en el profundo rechazo que le causan la hipocresía y la doble moral que encuentra en casi todas las personas que le rodean, antes que en los fallos de su carácter.
Abundan las comparaciones entre “Botchan” y “El guardián entre el centeno”, en un intento, quizá un tanto forzado, de hacer más atractiva la primera. Es cierto que Botchan y Holden Caulfield comparten muchos rasgos de carácter y que ambos son incapaces de integrarse en su entorno de una forma natural y satisfactoria. Son dos antihéroes, desorientados e inadaptados, capaces de ganarse de inmediato el cariño del lector. Por lo demás, son dos obras difícilmente comparables, que tienen su origen en realidades culturales radicalmente distintas.
Analizada en su contexto histórico, en plena época Meiji, con Japón culminando su apertura a occidente, “Botchan” puede ser una parábola del conflicto social y cultural que nació del choque entre la modernidad y la tradición. Botchan es un hombre moderno, procede de Tokio, desprecia la cultura tradicional y viste al modo occidental; sin embargo hace gala de valores tradicionales japoneses, como el honor y la rectitud. En cambio, los personajes de los que se ve rodeado son, en apariencia, mucho más tradicionales que él, pero carentes de valores.
En todo caso, al margen de otras interpretaciones, el principal atractivo de “Botchan” es, aparte del buen rato que pasarán leyéndola, la humanidad del personaje. Botchan es un arquetipo universal, un Sancho Panza con los elevados valores y el idealismo del Quijote, uno de esos personajes entrañables que todos podemos reconocer y por el que sentiremos un profundo aprecio, a pesar de su torpeza.
Javier BR
(Si me permiten un consejo, no lean el prólogo antes que la novela; es de los que revelan hasta el último detalle de la historia.)
¡Genial la recomendación, Javier! Estoy pasando por una etapa de lecturas de literatura japonesa. Te recomiendo Kitchen de Banana Yoshimoto y Confesiones de una máscara de Mishima.
Muchas gracias por tu comentario, y por la recomendación también. Un saludo.
Javier
Pues sí! yo debo ser esa amiga bocazas y metepatas con la que siempre podrás contar.
Y es que desde el principio de la novela me identifique profundamente con el personaje, entendiendo sus motivaciones y perplejidades, su desazón y su desorientación, y compartiendo su desprecio por el comportamiento paleto y provinciano de sus alumnos y compañeros.
Leí “Botchan” hace pocas semanas, y a continuación “El guardián entre el centeno” , y no puedo estar más de acuerdo contigo, son dos obras difícilmente comparables.
Durante la lectura de Botchan no podía dejar de imaginarme los lugares y paisajes descritos por Soseki en clave de comic, me venían continuamente a la mente imágenes de Sin-chan!!
Me gustó la novela, me entretuvo y me hizo sentir un poco menos bicho raro.
Gracias por la recomendación, sigo explorando la literatura nipona con ” el cielo es azul, la tierra blanca” de Hiromi Kawakami, y a este paso me podré a escribir haikus.
Pasar de comparar Botchan con Caulfield a hacerlo con Sinchan es un salto muy largo;) pero no me cabe duda de que muchos personajes de esa otra cultura nipona que nos llega a través de comics y dibujos animados tienen mucho que ver con Botchan.
Muchas gracias por tu comentario, Bea, y si te da por escribir haikus, prueba con el libro de Bernhard que comentamos la semana pasada; te dejará como nueva.
Saludos,
Javier
Pues amigo Javier, si me dices que es divertido a por él que iré, que como le dije hace poco a otro Gran Amigo, parece que los libros tristes me persiguen.
Un navideño saludo
A mí me resultó divertido y refrescante: el protagonista se ve en situaciones disparatadas y tiene salidas bastante inesperadas. De todos modos el humor, que en general suele resentirse con las traducciones, debe sufrir mucho el salto entre dos culturas tan distintas.
Felices fiestas, Susana.
Javier
Ahora entiendo lo que decías, Javier, la transición a la modernidad es un tema interesantísimo y supongo que por eso el autor no se preocupó tanto por reflejar aspectos más tradicionales.
Me encantó tu reseña, voy a tratar de leer el libro lo más pronto posible.
Sobre la modernidad y la tradición en arquitectura leí un ensayito precioso: “El elogio de la sombra”, de Junichiro Tanizaki (en Siruela).
¡Un saludo!
¡Hola Andromeda!
Elogio de la sombra me lo recomendó una amiga que es dibujante, y me impactó muchísimo. Volveré a releerlo y lo comentaré por aquí.
Muy buena recomendación, muchas gracias.
Muchas gracias por tu recomendación, Andrómeda. Te aseguro que la aprovecharé, porque la arquitectura me interesa mucho y el tema de la tradición y la modernidad, como dices, es apasionante.
Un saludo y feliz Año Nuevo.
Javier