El ser humano es un recipiente capaz de albergar un torbellino de sentimientos que sistemáticamente y a lo largo de los años moldearán su personalidad. Pero tal vez es en la adolescencia cuando esos sentimientos, esas sensaciones que se agolpan en el pecho y en la cabeza se tornan tan caóticas y confusas que pueden hacerte perder la razón o dejarte casi sin habla. Si a la fórmula le añadimos espinillas, una autoestima más volátil que la nitroglicerina y la necesidad, casi auto-impuesta, de relacionarse con más individuos que están pasando por la misma situación el resultado puede ser catastrófico.
Yo fui de los que se tragaba sus sentimientos aun a riesgo de atragantarse con ellos. Aún lo hago, en menor medida; pero ahora casi siempre puedo digerirlos. Esto me lleva a la certeza de que Matthew Quick, autor de la novela que hoy nos ocupa, también formaba parte del grupo de los taciturnos en su época estudiantil. A esta aseveración (revelación casi) he llegado tras leer su última novela: Boy 21. En ella nos habla de Finley, un muchacho que calla más que habla y al cual le encanta jugar al baloncesto. Su lugar de residencia, Bellmont, es esa clase de pueblo en el que a pesar de haber coches, ordenadores, móviles y todo lo que conlleva vivir en este siglo parece haber quedado estancado en el viejo oeste ya que la mafia irlandesa es la que dicta las reglas con mano férrea y no cumplirlas significa pagar las consecuencias; la mayoría de veces con intereses.
Por añadidura, en esta población, las drogas son tan habituales como las palizas y los conflictos raciales están a la orden del día. Así pues Finley, que es el único blanco en el equipo de baloncesto de su instituto, que además vive con su padre, al que apenas ve pues trabaja de noche, y con su abuelo, un tullido al que le gusta empinar el codo, no es de extrañar que no le guste charlar animadamente y que sea difícil verlo sonreír.
Matthew Quick fue taciturno, por supuesto. Si ya no lo es, otrora tuvo que serlo pues otorga unos pensamientos y una sensibilidad emocional al personaje de Finley que solo alguien que haya sondeado las profundidades de sus propios sentimientos sería capaz de transformar en un ordenado puñado de letras. Bueno, podría ser también que simplemente Matthew Quick sea un buen escritor con una gran imaginación. Sea como sea llega un momento en el que es difícil no dejar de seguir pasando páginas para saber qué desgarrador secreto esconde el protagonista. Porque tal vez Finley no sea callado, tal vez lo que no quiere es hablar de según qué cosas. Asuntos que ni siquiera con su novia Erin, la que posee “un ombligo que es un precioso misterio”, es capaz de sacar a relucir.
Pero entonces entra en escena Boy 21.
La amistad es ese tipo de vínculo basado en la confianza que se crea entre dos personas sin necesidad de compartir ningún tipo de fluido. Tal vez sudor si te abrazas después de una competición deportiva. O saliva, si eres de esas personas tan generosas que le gusta donar el chicle tras comprobar la consistencia de éste con las muelas. Probablemente la amistad simplemente sea sentirse reflejado en las palabras del otro; o en lo que se calla. Sentirse bien. “Resulta agradable estar en silencio junto a otra persona sin decir nada, no sé muy bien por qué”. Y Boy 21 produce ese sentimiento en Finley.
Pero Boy 21 es un muchacho bastante peculiar pues cree que es una entidad extraterrestre que viene del espacio y que llegado el momento viajará a los confines de éste para perderse en su oscura e infinita inmensidad. Siempre que puede, y si no hay nadie para evitarlo, suelta su frase de presentación: “Me llamo Boy 21. Soy un prototipo enviado a vuestro planeta para recopilar información sobre lo que vosotros los terrícolas llamáis emociones”. Como he dicho, Boy 21 es bastante peculiar, que bien podría ser un eufemismo de estar como una cabra. Pero solo es otro adolescente herido que busca alguien en el que apoyarse. Él y Finley entablarán una singular y en un principio obligada amistad. Una amistad que deberá superar las desconfianzas del principio y la envidia con el bálsamo del humor y la espartana disciplina del deporte y del juego en equipo. Entonces es cuando dos secretos pugnarán por salir a la luz.
Que Matthew Quick en Boy 21 utilizara el baloncesto como la herramienta para unir dos muchachos con problemas fue lo único que hizo que me acercara a esta historia con ciertas reservas. No tengo una vertiente deportista muy desarrollada y a parte del running, montañismo y subirme en una bicicleta de tanto en tanto, soy profano en cualquier otra disciplina. Mi ignorancia llega a tales extremos que cuando se habla de “pasos” en baloncesto no puedo más que imaginarme a dos enormes jugadores de ese deporte abrazados de forma apasionada y bailando un chachachá mientras sus bambas chirrían por la cancha. Por suerte, y como he dicho antes, es solo una herramienta que Matthew Quick utiliza. Podría haber sido cualquier otro deporte o afición. Y aunque durante la novela se narran algunos partidos, el autor lo hace de forma sencilla, utilizando los términos más elementales para que los neófitos como yo podamos continuar sin problemas con la historia; para poder llegar a ese giro inesperado pero coherente y alcanzar luego ese final que nos muestra que el mundo es un lugar lleno de matices.
Boy 21 de Matthew Quick puede ser esa novela (todos hemos tenido una) que se convierta en la chispa que haga arder las ansias lectoras de muchos adolescentes que aún las mantienen en letargo.