La sinopsis de esta novela –una de esas sinopsis eternas de Anagrama– nos informa de que un morceau de bravoure es una expresión francesa que “designa aquel fragmento de una obra en la que el creador despliega todo su virtuosismo”. No se me ocurre un título más adecuado para esta novela. Bravura es un juego literario y un ejercicio formal de Emmanuel Carrère en el que nos sorprende con una charada espectacular, pirotécnica y muy bien documentada.
Escrita en 1984, Bravura es la primera novela del autor y, si esta es una primera obra, me he quedado con ganas de saber cómo escribirá este hombre hoy (vosotros podéis comprobarlo aquí) porque Bravura es ya una novela madura, y al mismo tiempo experimental, de la que, como escritor, se puede aprender mucho.
Porque Bravura no es una novela, sino varias, integradas en un juego de cajas chinas. En ella encontramos ciencia ficción, romance, misterio y mucha novela gótica. Es impresionante como Carrère juega con los géneros para crear su particular Frankenstein, porque la novela, además de serlo, va de eso, de Frankenstein.
Comienza con Polidori, el médico inglés y secretario de Lord Byron que escribió El vampiro. Polidori, con apenas veinticinco años pero consumido por su frustración, miedos e inseguridades, vive en la indigencia en el Londres de la Regencia. Adicto al opio, el médico fluctúa entre la paranoia y la rabia y le echa la culpa de su suerte a Mary Shelley y, en menor grado, a Lord Byron. Después de acompañar los enloquecidos pensamientos de Polidori al menos setenta páginas, el lector pasa a la mente del capitán Walton, personaje por partida triple (es el capitán que cuenta la historia de Frankenstein en la novela de Mary Shelley, un personaje de Polidori y también cobra vida propia en la novela de Carrère), a la de Ann, una escritora de novela rosa que se encuentra metida de lleno en una historia de ciencia ficción, o, finalmente, a la de la mismísima Mary Shelley.
A lo largo de la novela Carrère analiza, recrea y reescribe desde diversos ángulos la historia de Frankestein pero también la de su creación, aquel verano de 1816 en la villa Diodati en el que Lord Byron retó a Percy Shelley, Mary Wollstonecraft Shelley y Polidori a escribir un relato de fantasmas. Tanto Percy como Lord Byron, ambos poetas, abandonaron pronto el proyecto. Pero no fue así en el caso de Polidori, que escribió el cuento de El vampiro del que hablábamos al principio, ni Mary Shelley quien, con diecinueve años en aquel momento, moldeó al inolvidable Frankestein.
No podía ser de otra manera, Bravura ha sido una lectura extraña. Es un libro de inicio lento, del que cuesta pillar el ritmo porque no sabes por dónde va a salir, pero las últimas ciento cincuenta páginas se leen de un tirón. Una vez has entrado en su juego, Carrère te arrastra hasta los límites de la novela. Y además hay que tener en cuenta que escribe muy bien, tan bien que a veces da hasta rabia.
Bravura es una novela torrencial, a veces densa, sin apenas diálogos, que cambia radicalmente de estilo a medida que articula las diversas historias que la conforman. Si en la primera parte, en la que estamos en la cabeza de un Polidori, pensamos que vamos a acabar contagiados de su locura y ansiedad, en la parte en la que seguimos a Ann, la novela es mucho más ágil, rápida y fresca. Bravura está muy bien trabada, pero al mismo tiempo, sus partes están tan diferenciadas que tienes la sensación de estar leyendo libros distintos. Su autor juega con la metaliteratura, inserta textos dentro de textos, mezcla datos históricos con invenciones descabelladas y te lo hace pasar realmente bien. No os diré cómo acaba, pero Carrère es capaz de cerrar el círculo y desentrañar el magnífico laberinto que ha creado y, cómo no, con virtuosismo.