Cuando una novela sigue el esquema típico de introducción, nudo y desenlace, es más o menos sencillo reseñarla, saber hasta dónde contar. Pero cuando una se encuentra con un libro como Breve crónica de una paulatina desaparición, de Juliana Kálnay, la tarea se complica. Porque no importa lo que cuenta, sino cómo lo cuenta. Y buscarle el sentido es secundario, porque simplemente hay que disfrutarlo párrafo a párrafo.
Esta novela, galardonada con los premios Aspekte en 2017 y Hebbel en 2018, es la primera de Juliana Kálnay, y en ella nos habla de los peculiares vecinos del edificio número 29. Rita, de la primera planta, es tan vieja como la casa y está siempre pendiente del ir y venir de los demás, cuando no interfiere en sus vidas, trastocando un elemento o dos, a ver qué pasa. Tom vive en el ascensor; apareció un día allí, y allí se quedó. A Don, el de la puerta izquierda de la tercera planta, su mujer, Lina, lo ha plantado en el balcón, y lo cuida tan bien que, poco a poco, se va transformando en un árbol grande, que da sombra a la calle. Óscar vivía solo en la puerta derecha del cuarto, hasta que encontró a Kasi en el inodoro, y ahora lo trata como a un hijo. Y todos saben que en la puerta izquierda de esa misma planta viven los Will, aunque nadie los ha visto nunca. Los padres de Maia, que residen en la puerta derecha de la planta baja, no daban importancia a que a su hija le gustase cavar hoyos y meterse dentro, hasta que de repente ha desaparecido. Sin embargo, los niños del edificio, a los que les encanta quemar objetos, dicen que a veces juegan con ella. Y esto es solo una muestra del insólito vencindario del edificio 29.
Vecinos que aparecen y desaparecen sin explicación, pisos que todos creen malditos porque nadie se queda en ellos demasiado tiempo, una puerta de color óxido que nadie encuentra… Breve crónica de una desaparición está repleta de personajes, escenas y elementos que desconciertan y fascinan a partes iguales. Que nadie busque respuestas, pues al acabar el libro se hallará con más preguntas. Y, precisamente por eso, este libro se quedará rondando por su cabeza.
A través de una prosa cuidada, en la que los simbolismos y los dobles sentidos están muy presentes, Juliana Kálnay nos habla de la vida de un edificio, que es la de cada uno de sus vecinos, como individuos y como comunidad, pero que transciende a todos ellos, porque el edificio en sí, sus paredes y sus cimientos, poseen su propia historia.
Como decía al principio, Breve crónica de una paulatina desaparición no sigue el esquema clásico de introducción, nudo y desenlace, ni siquiera una cronología lineal. Alterna diferentes formas de narrar, pasando de la primera a la tercera persona, de un diálogo como si fuera una obra teatral a extractos que podrían considerarse microrrelatos, y así retrata escenas que traspasan las leyes de la lógica. Y es ese continuo juego lo que la hace especial. Breve crónica de una paulatina desaparición, más que una lectura, es una experiencia. Y los que quieran vivirla, solo tienen que adentrarse en el edificio número 29 de la mano de Juliana Kálnay.