Cuando leí que Buenas hermanas, de Costa Alcalá, era un retelling de Mujercitas ambientado en un mundo orwelliano, me vi en la obligación de leerlo. ¿Por qué? Porque hace por lo menos cinco años, un grupo de escritores y yo nos proponíamos retos para escribir relatos y uno de ellos fue unir el inicio de 1984, de George Orwell, y el final de Mujercitas, de Louisa May Alcott, con Kurt Cobain, el cantante de Nirvana, como narrador. Como ves, todo muy loco, pero salían historias la mar de interesantes y diferentes entre sí. Por eso, al ver la descripción de esta nueva obra de Geòrgia Costa y Fer Alcalá, que escriben a cuatro manos bajo el seudónimo Costa Alcalá, les dije a esos amigos escritores: «Eh, ¡nos han copiado!». Por supuesto, estaba bromeando. En la literatura todo está inventado, y hasta ideas tan surrealistas como la que se nos ocurrió a nosotros surgen en la mente de otros autores y las llevan por derroteros distintos. Pero me podía la curiosidad por ver cómo esa idea, con la que nosotros habíamos escrito cuatro folios, se había convertido en un novelón de más de quinientas páginas.
La familia protagonista de Buenas hermanas son las March, como en Mujercitas: una madre y sus cuatro hijas, que ansían que el padre regrese de la guerra. Los vestidos, las fiestas, las máquinas de escribir y las calesas nos hacen imaginar la época victoriana, al igual que en la obra de Louisa May Alcott. Sin embargo, las cámaras de seguridad y pantallas con mensajes patrióticos y aleccionadores que hay en las calles y los ojos mecánicos de algunos personajes nos hacen pensar en un mundo futurista, o al menos, bastante actual, como el creado por Orwell en 1949.
La ciudad en la que viven las March es Concordia, un lugar utópico, pues ha logrado desterrar el conflicto, el crimen, la maldad y la enfermedad. En el centro habitan los dirigentes, llamados Optimantes, ejemplo de bondad intachable; a continuación, se encuentran las casas de los ciudadanos honorables, y luego, la de los buenos ciudadanos, como la familia March. Apartados en los suburbios, los desahuciados, aquellos infelices y enemigos de la sociedad, a quienes es mejor ignorar para no apartarse del buen camino, ese que marca el Libro del Buen Ciudadano. Este es el único libro que contiene la verdad y la llave de la felicidad completa, dogma de fe para los buenos habitantes de Concordia. Gracias a él, soportan estoicamente los embates de la guerra: escasez de alimentos, cortes de electricidad y bombardeos continuos. Pero las hermanas March van a descubrir que Concordia esconde algo peor que la guerra.
Me ha sorprendido gratamente como Costa Alcalá ha conseguido mezclar la esencia de ambos libros y, a la vez, ha creado una historia disfrutable por sí sola. Es más, el giro de tuerca que le ha dado a los personajes de Mujercitas es inesperado, pero coherente con el original, lo que hubiera encantado a Louisa May Alcott, a quien su emblemática obra le parecía algo edulcorada. En definitiva, Buenas hermanas es un excelente retelling, pero también mucho más. Gustará tanto a quienes leyeron ambos clásicos como a los que no.