Reseña del libro “Caballos salvajes”, de Jordi Cussà
Pues lo que pasa, supongo que se acordará usted, es que justo cuando terminé de leer la formidable novela del escritor catalán Jordi Cussà Formentera Lady (la reseña debe de estar por aquí), él fue y se murió, y entonces yo, gélido por lo uno y on fire por lo otro, pensé que, ante esta terrible coincidencia y para no convertirla en un homenaje incompleto a una literatura de tanto nivel como la suya, hoy debía completar el mismo hablándole de Caballos Salvajes, el primer libro que leí de Cussà y, sin duda, su obra más conocida y aplaudida de todas (aunque, desgraciadamente, no conozcamos muchas).
Caballos salvajes es un ejercicio estilístico y literario de dieciocho (¡o veinte!) quilates y como pocos ha habido en estos últimos tiempos de esnobismo barato y de copia y pega sin parar. Es una bomba narrativa, tan pura y tan letal como el jaco con el que se juegan la vida todos sus protagonistas. La novela fue de culto desde que se publicó en su lengua materna y se movió siempre en los mercados más underground de Cataluña hasta que los amigos de Sajalín, que siempre se mojan (y también con el esfuerzo del propio autor), consiguieron sacarla de los pintorescos sótanos (esos que, por otro lado, tanto nos gusta recorrer a usted y a mí, ¿verdad?) y colocarla en las calles más limpias y ruidosas de la metrópoli. Estamos, sin ninguna duda, (y si alguien lo duda que siga leyendo a J.M.) ante una novela que marcará ya para siempre un hito indiscutible en cuanto a la narrativa independiente de aquí, no solo por la temática que aborda sino por la forma en la que lo aborda.
Hay que señalar que, sin que formen un proyecto literario común y único, Formentera Lady y Caballos Salvajes van, de alguna forma, entrelazadas. La primera es como un inesperado affaire (seguramente el último) con una vieja amiga, quizá una antigua amante con la que aún quedan cosas (excitantes) que resolver, pero a la que ya se mira (y se toca) irremediablemente, de otra forma. Caballos Salvajes, por su parte, es solo follar y follar y follar, y aquí nadie le pregunta a nadie su nombre ni le habla a usted del futuro, de los niños o la hipoteca (hasta que, eso sí, uno se queda bien solo en la habitación con el jaco cabalgándole la vena).
Si la primera es la melancólica rememoración sobre aquellos desbocados y terribles años de trapicheos y picotazos de jaco, y se hace desde la serenidad y la lucidez que le otorga al protagonista la mediana edad y el paso del tiempo y se construye sobre planos narrativos diversos y con recursos estilísticos muy concretos, la segunda (que en realidad es la primera de las dos) es una especie de maravillosa y alocada road movie llena de formas de narrar novedosas y frescas, plena de juventud, de poesía, de rock and roll, de idas y venidas, de amor y desamor, de sueños…Una honesta, bellísima y profunda confesión (¿autobiográfica?) de Cussà sobre la espantosa histeria y la marginalidad en la que se vio inmersa esa juventud de pringados (como el propio autor la definió) que se pinchan, se follan, viven y mueren sin cesar entre las páginas del libro.
Todo esto y otras cosas que seguro usted descubrirá mientras disfruta de su lectura, convierten este libro en una obra maestra entre las de su clase, (que no seré yo quién le diga a usted cuál es porque, por otro lado, tampoco lo tendría muy claro). Caballos Salvajes. La crónica definitiva de una generación perdida. La más hermosa y verosímil historia coral que usted y yo leeremos sobre el caos y el agujero negro que el consumo de drogas duras provocó entre miles de adolescentes españoles que pulularon, sin rumbo y con el mono a cuestas, por Barcelona, Madrid o Ibiza en aquellos descoloridos años ochenta, mientras casi todos los demás estaban a otras cosas (quizás más destructivas aún).
Alexandre Oscà es, en esta ocasión, el protagonista sobre el que pilota toda la novela, y sobre él, por debajo o justo al lado, en pasado o en presente, aparecen y desaparecen todo un conjunto de personajes (al final de la novela se habla de que podrían ser más de cien) con los que comparte la terrible aventura de la adicción, el tráfico de drogas, las noches de fiesta o el sexo desenfrenado. Los amores y las decepciones. El sida. La muerte o, en resumen, la esperanza y la constante lucha por dejar todo atrás de una vez por todas.
Al igual que haría años después en Formentera Lady, Cussà, de forma aparentemente caótica, nos lanza (pues no hay mejor palabra para definirlo) los hechos y las aventuras de Oscà, de Fermí o de Lluisa sin orden aparente, y nos lo presenta fragmentado y colgando de citas, reflexiones, estrofas o títulos de canciones más o menos conocidas y propias de la época, lo que convierte cada capítulo de la novela, cada historia que se cuenta, en una genuina y perfecta demostración del carácter particularmente selectivo y caótico de la memoria humana y de los mecanismos de su funcionamiento.
Y de esta forma, ya en la treintena, enfermo, hundido y en medio de un callejón existencial y físico sin salida, Alexandre Oscà, bajo la tutela de su buen amigo Enric, otro de los fieles compañeros de papelinas y hombre de negocios del mundo editorial, escribe y reescribe sus recuerdos, sus pesadillas, y así se va configurando la telaraña del pasado, esta crónica hecha de cientos y cientos de retales, cartas, reflexiones, cuentos y aportaciones de amigos que, magistralmente, van haciendo avanzar la novela hacia delante en esa búsqueda constante de la salvación o de la muerte a través de la literatura.
Intensa, llena de brutalidad, de sexo y desenfreno pero también de amor y sentimientos verdaderos, de música y de inconsciencia y esperanza, Caballos Salvajes es una de las mejores novelas escritas en catalán (y traducida por el propio autor al castellano) que se han escrito y publicado en los últimos años en España, (los amigos de Sajalín se merecen otra ola).
Pero eso ya lo he dicho antes y en realidad da un poco igual qué coño se diga y quién lo diga y por qué pues es, y será siempre, la impresionante calidad de este libro la que lo ponga donde se merece y, sobre todo, a salvo para siempre de cualquier intoxicación charlatana que yo, o alguien menos insignificante (pero seguro que más interesado que yo), podamos dejar escrita por estos u otros efímeros lugares.
Y es que, dicen los que lo saben, que las drogas duras cuanto más puras, mejor.
Pues eso. Ahora ya sí, Cussà. Que la tierra te sea leve.
Aunque he de decir
que no…
¡que no estaba muerto,
que no!
¡Que estaba tomando cañas!