¡Hola colegas! Mi nombre es Wade Wilson aunque cuando me enfundo mi traje de spandex rojo, ese que abraza mi cuerpo y marca obscenamente mis glúteos, ese que me hace tan sexy, todos me conocen como Deadpool; en los países hispanohablantes, que gozan de unas dotes sobrehumanas, diría que casi mágicas, a la hora de traducir, me llaman Masacre.
Tal vez os estéis preguntando dónde está el chaval flacucho que acostumbra a escribir las reseñas. No os preocupéis, sigue vivo. Tras amordazarlo y atarlo de pies y manos lo he encerrado en el armario. Oigo sus jadeos. ¡Oye chaval, espero que no estés practicando asfixia autoerótica, ya viste como acabó el tío de Kung Fu! Digamos que nuestra disputa se ha ocasionado por tener diferentes puntos de vista sobre cómo se debía proceder con la reseña del cómic en el que comparto protagonismo con el tío del ojo que brilla. Mientras él quería hacer algo similar a Marvels de Kurt Busiek o La Visión de Tom King yo solo quería amordazarlo, meterlo en el armario, buscar un poco de porno en el ordenador y cascármela. Pero oye, esto de contar de qué va el cómic en el que soy el héroe absoluto (bueno, Cable también tiene su cuota de protagonismo como secundario gracioso, ¿o ese soy yo?) tampoco está tan mal.
Nathan y yo tenemos pocas cosas en común pero las que compartimos son tan trascendentales que casi nos convierten en almas gemelas; igualitos que las gemelas Olsen. Por ejemplo: ambos fuimos cocreados por el historietista californiano Rob Liefeld; hecho que resulta la prueba irrefutable de que una sobrexposición al sol puede freírte las neuronas. Después de que tuviéramos unos inicios prometedores nuestra trayectoria empezó a flojear y acabó por desinflarse; situación que un puñado de viagras no iba a solucionar. Por suerte, las mentes pensantes de La Casa de las Ideas no tardaron mucho en encontrar una solución. Esfuerzo que por esta vez no implicó consumir sustancias ilegales. La suma de dos personajes que por separado no gozaban de una gran popularidad tenía que dar como resultado un mínimo de éxito. No hay nada como ser optimista y obviar que la posibilidad de un fracaso al cuadrado existía. Pero ya había precedentes. En los años setenta Power Man y Puño de Hierro: Héroes de alquiler saborearon las mieles del éxito que jamás habían llegado siquiera a olisquear en soledad. Por cierto, en el cómic que hoy nos ocupa, tanto el negrata de Cage como el niño rico afeminado de los ricitos de oro prueban un poco de mi verborrea, esa palabrería ingeniosa que mi boca excreta como si se tratase de una diarrea explosiva e inesperada y que me ha hecho merecedor del mote “El mercenario bocazas”.
Los encargados de tal tarea, y que daría como resultado este Cable & Masacre: Si las miradas matasen que tenéis entre manos y que ha publicado Panini (¿lo de Panini tiene algo que ver con el sándwich de origen italiano?) fueron el guionista Fabian Nicieza y el dibujante Patrick Zircher. Nicieza enseguida captó lo mejor de cada uno de nosotros, lo opuestos que llegábamos a ser, para, como si se tratase de un trabajador del tercer mundo, explotarlo al máximo. La naturaleza arisca de Cable contra mi espontaneidad amigable a la hora de tomarme todo tipo de confianzas. La rectitud ejercida por él contra el impúdico libre albedrío que yo practico. Vamos, lo típico en toda extraña pareja que se precie. Mirad sino a Matthau y Lemon, Bud Spencer y Terence Hill, Riggs y Murtaugh, Ryan Reinolds y Josh Brolin o Epi y Blas.
La única diferencia con los anteriormente mencionados es que ninguno de ellos llegó a convertirse en una deidad tras intentar controlar una bio-arma viral súper chunga que estaba un poquito adulterada, y Cable sí. Así que mientras él, como si fuera una especie de híbrido entre Jesucristo y Terminator, se dedica a predicar e intentar salvar a la humanidad de sí misma, yo, por el contrario, me paso el rato matando por doquier, como si no hubiera un mañana, mientras decido si la causa de Cable me parece lo suficientemente justa y divertida como para apoyarla. Y si esto no os parece suficientemente emocionante añadid viajes en el tiempo, realidades paralelas, infinidad de referencias al universo Marvel o a la cultura pop y un sinfín de apariciones estelares. Spiderman, S.H.I.E.L.D., Capitán América, La Patrulla X o Los Media Docena (con la macizorra de Dominó al frente) son solo algunos de los personajes con los que Cable y yo nos las tendremos que ver, en algunos casos sin haber vaciado la vejiga convenientemente lo que dará como resultado una escena tan salpicada de acción como de orina.
En el apartado gráfico Patrick Zircher ha sabido plasmar en el papel la belleza conceptual que destila cada átomo de mi cuerpo repleto de pústulas sanguinolentas. Con Cable hace un trabajo cojonudo a la hora de ir desarrollando paulatinamente los diferentes diseños que van conformando su personalidad. Del Cable dios, al Cable perverso pasando por el Cable bebé. (¡Oh, qué mono! ¿Me ha llamado papá? Pero qué cojones…). El virtuosismo del dibujante a la hora de representar las innumerables escenas de acción (escenas de acción que pondrán los pezones de Michael Bay tan duros que podrá utilizarlos para cortar vidrio) es tal que, siempre en perfecto equilibrio con la narración, insufla todavía más dinamismo a una historia de por sí muy ágil. Vaya, qué cosa más molona acabo de decir. Por cierto, si al igual que yo creéis que el único making-of interesante es aquel que da como resultado final un bebé estáis de enhorabuena, salvo tres páginas de dibujos inacabados (los gafapasta lo llaman bocetos) Cable & Masacre: Si las miradas matasen son 600 páginas de entretenimiento puro y duro donde grandes dosis de humor y acción se unen a un guion repleto de giros para formar un notable conglomerado de diversión.
¡Eh, el del armario! ¿Todavía sigues vivo? Yo ya he terminado con lo mío. ¿Te apetece una chimichanga?