Cada cual y lo extraño, de Felipe Benítez Reyes
Pisadas. Pasos que se pierden en el camino, como barridos por una ola que quiere engullirlo todo. Meses. Días que se juntan formando un calendario al que le han robado algo, quizá el mes de abril que decía Sabina, o quizá simplemente que los minutos se pasan, suceden uno detrás de otro, sin motivo aparente, y no te das cuenta pero algo ha cambiado, algo ya es distinto. Infancia, que se va sumando hasta llegar a la adolescencia, hasta los primeros amores, hasta las primeras visiones de un cuerpo desnudo que no es el nuestro, hasta la primera mirada a nuestros padres, sintiendo que están a años luz de nuestros intereses. Y así es como vivimos, recordando, sumando, restando a veces, aunque casi siempre son las menos, dividiendo el tiempo para racionarlo con los que queremos, o multiplicándolo, como los panes y los peces, para poder crear más momentos que, más adelante, se puedan contar. Cada cual y lo extraño es un conjunto de píldoras, de pastillas que se disuelven en la boca, poco a poco, que aparecen y desaparecen, a través de los meses que se nos escapan, pero que suponen pequeños oasis en los que resguardarse de la tormenta. Esa tormenta que nos quiere engullir. Ni más, ni menos.
Cuando me echo a los hombros un libro de relatos me sucede una cosa extraña, casi siempre que hago una reseña de ellos lo pongo, pero me cuesta hacer un análisis pormenorizado de ellos, porque, aunque algunos me llaman más la atención que otros, suelo ver sobre todo la globalidad, el conjunto de lo que el autor ha intentado contarnos, o contarme a mí, que es el que ha ido posando sus ojos en las páginas de su obra. Felipe Benítez Reyes ha creado un mosaico de relatos que confluyen entre la tristeza, la melancolía y la alegría, como si fueran, cada uno de ellos, un pequeño duende que se mueve, como Pedro por su casa, por los sentimientos. Dividido en los meses que tiene un año, asistiremos a ese momento en el que los Reyes Magos ya no lo son tanto, a un crucero de amor que se convierte en un naufragio, en el iceberg que rompe por el medio a una pareja, a las historias de amor de una mujer a las que sus maridos se le mueren, no por ella, sino por las cosas de la vida, sin que ella pueda disfrutar realmente de lo que tiene. Pero, aunque esto son sólo algunos ejemplos, diría que el sentimiento que se reivindica aquí es la esperanza, el pasar por esta vida luchando, mes a mes, minuto a minuto, por la realidad que queremos vivir. Ser un narrador como este autor debe ser difícil, por eso a mí, todos aquellos que se atreven a redactar una colección de cuentos, son considerados, desde el inicio, en pequeños héroes que son capaces de condensar en poco espacio un gran mundo. Complejidades de la literatura que te permite contar, en pocas palabras, todo aquello que pasa en el mundo.
Pero no sólo se trata de cuentos. A mí, que leo de todo, que me encanta enterarme de todo lo que sucede en el mundo de los libros, me impresiona encontrarme cara a cara, sin ningún artificio de por medio, con relatos que viven y mueren en, pongamos por caso, tres páginas, pero que suponen un mazazo tan hondo, que te estrujan el corazón, te lo aprietan y no lo sueltan hasta que aparece el punto final. Cada cual y lo extraño son pastillas diseminadas en pequeñas dosis, para curarnos una pequeña enfermedad que sufre el ser humano desde estos últimos tiempos: creer que es posible hacernos la vida un poco más feliz. Y sí, algunas historias no son amables, algunas de las historias que Felipe Benítez Reyes crea para el deleite del lector, guardan en su interior ese aroma a la melancolía de un vinilo que hace mucho que no suena, que hace mucho al que nadie se acerca, y que sólo requiere de una pequeña caricia, la del amor que nos pueden dar lo que nos rodean, para poder verlo girar de nuevo. Pero sobre todo, quizás como siempre suele suceder, lo que se guarda en el interior de cada relato es la visión de un amor, de un amor diferente, de un amor que no nos habríamos empleado, y también es un espejo, cada uno de los relatos es un espejo en el que mirarnos, en el que mirar con lupa aquello que no nos habíamos parado a controlar por nosotros mismos, a plantearnos para no crearnos problemas. Pero todo lector busca, en algún momento, una palabra, una historia, un cuento, lo que sea, donde poder encontrarse, donde poder arrellanarse y poder sentirte cómodo. Quizá a veces no sean una visita deseada, pero en este caso, pasar las páginas nunca fue tan gratificante.