Hoy tengo entre mis manos una reseña difícil. Os preguntaréis por qué (y si no ya os lo digo yo): Caer es una de las novelas más raras que he leído últimamente. De hecho, si tuviera que hacer una lista de lecturas raras de narices creo que Caer entraría directamente en el top five. Y eso que he leído mucho.
Voy a intentar aclarar qué quiero decir cuando califico este libro como raro. Cuando decimos que algo/alguien es raro, suele tener un cierto toque despectivo. Lo raro es atípico. Lo atípico es diferente. Lo diferente no entra dentro de las normas establecidas y plaf, queda fuera de la normalidad, que es lo bonito y cómodo. Para mí raro no conlleva ningún sentido despectivo. De hecho, que algo esté fuera de lo común me parece hermoso. Hermoso en su originalidad, entiéndanme, no siempre tiene por qué funcionar.
Leí esta novela del francés Éric Chevillard porque la crítica la relacionaba con el absurdo. Y a mí me gusta mucho el absurdo. Esperando a Godot de Samuel Beckett y La cantante calva de Eugène Ionesco están entre mis lecturas preferidas. También soy muy fan de Amanece que no es poco, una de las películas más absurdas y geniales de la historia. Así que, con estas premisas, supuse que esta novela tenía que gustarme sí o sí.
Y bien, ¿qué es Caer? Caer es una isla. Una isla habitada por personas que esperan el regreso de su salvador. Caer es desconcertante y todo lo que habita en ella, desde las chinches a las personas parecen condenadas a una existencia realmente absurda. Nada es lo que parece en Caer. Cuando se cree que algo tiene sentido, éste desaparece. Cuando se cree alcanzar el fin de la isla, ésta renace.
Toda la novela es el relato de uno de sus habitantes que explica cómo es la vida allí, si acaso eso puede llamarse vida.
“Nuestros brazos suelen rechazar el abrazo, queremos algo mejor: la agarrada; para asirnos más cómodamente hemos imaginado clavarnos unos a otros entre los omóplatos esos puñales que tienen el mango trabajado con amor. Así es como vive nuestro pueblo, desgarrado por odios ancestrales o instantáneos – últimos portadores de la tradición-, reconciliado por una misma esperanza en el regreso de Ilinuk el Polidáctilo. Eso es así desde el origen. El presente de Caer repite penosamente nuestro recuerdo de Caer. Cada día lo verificamos: así es, sin duda.”
Sin duda esta isla es inquietamente absurda y desconcertante. Nada hay en ella que pueda llamarse propiamente vida, y sin embargo, sus habitantes, viven, generación tras generación esperando el regreso de su salvador. Se reúnen en corros escuchando el relato de Yoakam narrando la gesta de Ilinulk, quien consiguió escapar de la isla y a quien esperan que regrese para llevarles con él, fuera de esa isla donde la vida es una broma que carece de cualquier lógica.
Sin duda el término absurdo alcanza su esplendor en las líneas de esta novela. Obviamente, como era de esperar, dentro de este absurdo hay mucha realidad. Nosotros mismos podríamos ser habitantes de Caer. El paralelismo es evidente. El habitante que narra toda la historia podría ser un evangelista, Yoakam el profeta e Ilinulk, el salvador, Dios. Cualquier Dios vale, incluso Godot. Y mientras tanto nosotros, oh fieles, que esperamos no sabemos qué, que vivimos como podemos, en un absurdo e incoherente mundo.
Es cierto que la novela tiene algo de Esperando a Godot, pero también es bastante diferente. El mundo que se nos presenta en Caer es más extraño, más de ciencia ficción. No sé si habéis visto Mad Max: furia en la carretera. Sí, atención a la comparación que me voy a marcar. Los mundos de Caer me recuerdan más a los mundos postapocalípticos y extraños de Mad Max. Lo cual está bien, porque la última de Mad Max me gustó mucho. También me ha gustado Caer, pero sólo se la recomiendo a la gente a la que vaya este estilo. Disfrutaréis con la prosa de Chevillard y este extraño relato, seguro.