El rabillo del ojo. Sí, lo sé. Lo sé bien. Y vosotros también. No todos. Solo algunos de vosotros. Otros no sois conscientes o, lo que es peor, lo evitáis como si así fuera a desaparecer el problema. Pero no desaparece. Sigue ahí. Y siempre seguirá, mientras tengáis un mínimo de cordura en vuestro cerebro. Todo un mundo de oscuridad a la distancia del rabillo del ojo. Ahí se esconden ellos, y El Torres (degradado no sé muy bien porque fuerzas, también oscuras, de Facebook a Juan Torres) los conoce muy bien. A ellos y a la oscuridad.
Pero si incluso alguna vez, no me lo invento, ¡TENÉIS QUE CREERME, JODER!, en la radio, en programas serios, apareció un científico, serio también, demasiado serio en realidad, hablando de que de este mundo existe solo la parte que vemos. Lo que está a nuestras espaldas desaparece hasta que nos giramos y miramos, y es en ese momento en el que la realidad vuelve a montarse de forma rápida. Como si fuera una suerte de caverna a lo Matrix de Platón, ese lugar conocido en el que nos sentimos cómodos y seguros. Pero no. Esto es peor.
Los que se alimentan pueden venir en cualquier momento. Prefieren la noche, pero pueden aparecer en pleno mediodía. Alexandra Wagner lo sabe. Como lo sé yo. Alexandra está en un psiquiátrico porque asesinó a su hermano gemelo. Pero el mundo no lo entiende. El mundo se equivoca, como tantas y tantas veces. Ella lo hizo para protegernos a todos… ¡A TODOS! de los intrusos del Otro Lado. Estamos en deuda con ella y lo menos que podemos hacer es vigilar con el rabillo del ojo. Vigilar, vigilar y vigilar. Y no fiarse de Raoul Cimas, el cómico y escritor también y no sé si algo más… Sí, sí… ya sé que muchos os partís el culo con sus paridas y que os hace todo lo que dice mucha gracia, pero os aviso: mucho ojo con él. No es lo que parece.
¿Qué hora es ya? Un poco más, aún es pronto para la medicación.
¿Qué estaba diciendo entonces…? Ah, sí. El color, ¡sí! El color es muy bonito. Blanco y negro. El color de los tebeos de terror de nuestra juventud. ¡Cállate! Y rojo sangre. Mucho rojo y mucha sangre. El dibujo de Sanna, también acompaña. Muy currado, agil y sútil, con trazo acertado sumergido en una historia de insana locura, lejos de los guiones de Marvel (Masacre, Daredevil), logra mantener el pulso firme y exprimir al máximo la tricromía.
Una historia de terror, como lo son, sin duda, la mayoría de las que transcurren en hospitales psiquiátricos. ¿Una mezcla de nidos de cucos y bocas del miedo? ¿De Carpenter y Lovecraft? O no, igual mezclo películas… putas pastillas… me hacen perder la cabeza y enloquecer… Miedo pasas. Eso es seguro. Pero te acostumbras. Solo hay que estar alerta. Permanentemente alerta. Dormir poco y vigilar.
Con Camisa de fuerza El Torres (autor también del genialísimo Las brujas de Westwood, el estupendo Roman Ritual y el merecidamente multipremiado El fantasma de Gaudí) se reafirma como un gran guionista de terror al que plagian libremente (la película El bosque de los suicidios). Un autor al que HAY QUE ACERCARSE Y REIVINDICAR y que tiene además los arrestos de autorreferenciarse aquí con El velo (también plagiado con el título La Niebla).
Este cómic te revuelve las entrañas, te confunde, no sabes si todo es verdad o mentira o si, por el contrario, no lo es, y al final te deja un amargo regusto a Clomipramina y a ISRS. Ah, no. Eso no es el cómic, es la medicación que me acabo de tomar. Camisa de fuerza te deja un sabor a El Torres, a querer leer todo lo que aún no has leído de él. Y ese es el mejor sabor del mundo, después del de las natillas verdes que nos dan de postre para cenar todos los días, claro.
Os dejo. Tengo que ver qué le pasa ahora a Renfield. Vigilad vuestros rabillos de ojos y leed para ello el cómic que os acabo de recomendar a ser posible en un lugar blanco blanquísimo.