Reseña del libro “Campos azules”, de Julia Soria
Cuando pienso en la infancia, la primera palabra, el primer universo que asocio con ella, es el verano. Los largos veranos al pueblo, con los días inacabables, aquel aroma de libertad y de hierba, unos límites que pasaban de ser efímeros a no tener fronteres. Los veranos y sus particulares colores que, enamorada como soy de la estación más calurosa de todas, debía de aprender, y aún hoy me pasa, a traerme conmigo para sobrevivir a un invierno demasiado largo.
Campos azules, de Julia Soria, publicado por Alba Editorial, y con una clarísima alusión al poeta Antonio Machado, es un canto al verano, a la casa del pueblo en la cual ella siempre ha podido ser, a su vínculo con una abuela sabia. Narrado en una primera persona autobiográfica, esta joya de naturaleza y de atardeceres, primera novela de la escritora, inicia su punto de partida con un retorno. El de la escritora con su hermano Tomás en la casa que los vio crecer, verano tras verano, campo tras campo, y que lleva impregnados todos los momentos infantiles.
Desde este punto, y con una prosa que resalta por toda la evocación que lleva dentro, Julia Soria explica aquellos suyos nueve meses que, presa de una melancolía por la luz del sol, tuvo que irse de la gris Barcelona para no absorber la nostalgia que se la llevaba, y los pasó con su abuelo y su abuela, en las profundidades de la tierra castellana. Tenía once años y, en aquel corto tiempo, que a ella le supo a poco, la niña que había sido empezó a tomar la forma de una mujer.
La relación con la abuela, que actuó un poco como madre y que siempre habló desde una mirada llena de sentido y de pragmatismo, una trama de investigación que, aparte de muy real, tiene el gusto de las largas tardes veraniegas con la pandilla, y un primer amor, lleno de ternura y de dulzura, son los ingredientes que acompañan la escritora en este retorno hacia aquellos meses, hacia aquella casa, hacia aquellos gustos de comida, a todas las palabras dichas, a todas las sensaciones nuevas que se enmarcan en las puestas de sol, que ella ha aprendido a admirar, a descubrir y a conocer.
Es a través de los orígenes suyos, del retorno y del desgranar recuerdos adormecidos, que ella se pregunta quién es, de donde vienen sus raíces, sus manos. Los orígenes, en aquella casa ahora abandonada pero depositaria de luz pasada y de luz futura. Sus idas y venidas terminan en estos muros del pueblo, en los cuales ella se ha sentido, justamente, en casa. Protegida.
La voz, aquella que pertenece a la tierra, aquella tierra seca y de payés. Pobre y generosa. Ella es el paisaje, su estado de ánimo se mezcla, como un todo indisoluble. Y se cura, en Campos azules, en este sol de la infancia, en este poema largo, un canto a la vida de pueblo y a la simplicidad de las costumbres cotidianas.