Canta, sucio niñato no es lo que parece. Tiene todas las virtudes del libro que aparenta ser, la dura historia de un niño irlandés que sufre abusos por parte de un sacerdote (un género en sí mismo), pero posee además otras que lo hacen diferente. Y mejor. Y se deben principalmente a la voz del protagonista, un adolescente ochentero dotado de una mirada sumamente gamberra y extraordinariamente divertida que se apodera de la historia convirtiéndola en algo completamente original. Porque la historia de Jim Finnegan es su historia, su vida, no la de alguien que en su vida sufrió abusos, sino la de alguien que vivió muchas cosas, una de las cuales, sin duda una de las importantes, fue su terrible y continuada experiencia con un sacerdote, pero que no nos cuenta sólo esa y que ni siquiera la sitúa en el centro. En el centro está él, con sus virtudes, sus defectos y muy destacadamente su sentido del humor.
El escenario principal de esta historia magistralmente narrada por Kevin Maher es Dublín, que es un escenario sumamente literario. Pero es un Dublín moderno. Las referencias culturales del protagonista seguramente sean compartidas en su mayor parte por cualquiera que viviese su adolescencia en los ochenta, como es mi caso, y esas coincidencias ejercen un efecto magnificador sobre las diferencias. El hecho de que sea muy fácil identificarse en muchos aspectos con el protagonista hace que el impacto de aquellas otras que afortunadamente la mayor parte de nosotros no vivimos sea mucho mayor de lo que probablemente habría sido en otras circunstancias.
El retrato de la sociedad irlandesa en Canta, sucio niñato tampoco es el acostumbrado (al menos no el que solemos ver que probablemente no sea más que un lugar común que sólo existe en la literatura, el cine y en la mente de quienes no lo conocemos). Me refiero concretamente a que vemos en estas páginas una sociedad reconocible como irlandesa, claro, pero mucho más diversa y plural de lo que solemos creer, de hecho cualquiera diría que la visión del nacionalismo es incluso un poco caricaturesca. Pero no sólo se ríe Kevin Maher del nacionalismo radical, también nos muestra la convivencia de una sociedad tradicional con una moderna y en absoluto pueblerina. Y con esto no me refiero sólo a la omnipresencia de la religión, sino a las relaciones sexuales, a la política y en fin, a lo que es una sociedad viva. No les digo más que incluso hay irlandeses a los que les gusta Londres.
Uno de los motivos principales por los que les digo que Canta, sucio niñato es un libro diferente es que en el tema de los abusos el protagonista culpa al violador, no a la iglesia. No es una cuestión de encubrimiento ni de volver la vista hacia otro lado, es el propio protagonista quien no cuenta nada y lo decide así conscientemente. Es cierto que el efecto de la experiencia en su vida es devastadora, pero él trata de gestionarla a su manera particular. Se equivoca, claro, pero eso lo convierte en un personaje aún más real y entrañable. Es una novela en primera persona, narrada por el protagonista que, como les dije, tiene una voz muy particular en la que el humor está muy presente. Me podrá usted decir que ese humor es defensivo, que el crío se aferra a él para protegerse de las muchas y generalmente malas cosas que le pasan. Pues muy bien, no hay discusión posible: el humor sirve para eso y para muchas otras cosas, pero que entremos a reflexionar sobre el fondo no nos impide disfrutar de la superficie.
No les quiero contar mucho, podría hacerlo y aun les quedaría otro tanto por descubrir porque es una novela que además de extensa es pródiga en situaciones y experiencias de las que merece la pena hablar. Pero eso ya lo harán ustedes si lo leen, de eso no me cabe duda. Sin embargo sí que quiero decir una cosa más: la última parte del libro diría que es desconcertante. Lo digo como elogio, como lector me encanta que me sorprendan, pero me llama muchísimo la atención que Kevin Maher haya decidido tomarse en serio una serie de cosas que todo indicaba que iban a ser unas más de las que Jim Finnegan, el locatis afortunado, iba a reírse. De hecho lo hace, pero acaba por creer en ellas a su manera de natural escéptica y un poco caustica.
Poco más, les recomiendo que disfruten de los personajes secundarios porque hay muchos y muy buenos. Con sus contradicciones, claro, porque son personajes muy vivos y como nos pasa a todos tienen momentos de los que probablemente no presuman en la cena de navidad, pero hay otros luminosos y en todo caso siempre son literariamente brillantes. Disfruten de este magnífico libro y ríanse sin miedo aunque haya situaciones en las que la risa les parezca inapropiada: a fin de cuentas el protagonista, a su manera adolescente y deslenguada, también lo hace.
Andrés Barrero
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