Arte. Los libros son arte. Y punto. Algunos más que otros. Algunos se lo merecen. Otros ni siquiera gastar saliva para hablar de ellos. Pero Caperuza es arte. Lo diría gritando si pudiera meterme en el procesador de textos y se me escuchara. Porque lo que ha hecho Beatriz Martín Vidal no se puede describir de otra manera. Lo intento. Quiero que me salgan las palabras, las noto en las puntas de mis dedos, fluyendo en mi cabeza sin que pueda ponerlas en orden, pero es que suele decirse que cuando el arte se te mete dentro, no hay palabras suficientes para describirlo, para captar en una palabra todo lo que te ha producido, para contrarrestar sus efectos con un poco de realidad, para bajarte a tocar los pies de nuevo, a vivir lo que estabas viviendo en ese momento. Me encuentro en casa, solo, abriendo este libro, y según las páginas van pasando, en una lectura que no lo es en su forma ordinaria – ya lo entenderéis más adelante -, me encuentro quedándome en silencio, anonadado, absorbido por cada una de las imágenes que ha creado la autora, resoplando, suspirando más bien, con una especie de hormigueo continuo en mis extremidades. Y esto sólo lo puede producir el arte. Y qué bien que sea el arte en un libro, en una lectura, repito, en un libro. Porque para eso valemos los lectores, para esto tenemos a los autores, para transportarnos, a través de sus creaciones, a otro nivel que se aleja de lo que conocíamos hasta ahora.
La historia la conocemos todos. Caperuza nos enseña lo que todos hemos visto en cualquier cuento clásico que nos hable de una niña que va a casa de su abuela y por el camino se encuentra a un lobo. De ahí en adelante, no hay nada que no os pueda contar que no sepáis. Pero no. En realidad nada es como os lo estáis imaginando. Mirad la portada. Sólo con ese juego de los colores, con esa imagen, ya uno empieza a pensar que lo que está a punto de descubrir no es eso que todos hemos conocido desde hace años. Y abre la primera página. Y abre la segunda. Y se da cuenta que no hay texto, que sólo nos encontraremos con imágenes, pero que esos dibujos, ese arte joder, está hecho para que todos nos sintamos de alguna manera que no logro muy bien identificar. Y lo intento. No suelo quedarme callado ante una lectura. Siempre creo saber qué decir, cómo decirlo, en qué momento unir las palabras para que se entienda lo que un libro ha significado. Y este libro. Ay, este libro. Se queda para mí, para siempre, en una de esas estanterías en las que están sólo los libros que han marcado un antes y un después en la vida de alguien. Porque es Caperucita Roja, pero no lo es al mismo tiempo. Porque cada uno de los dibujos nos habla, nos cuenta una historia, algo que ya conocemos, pero que significará algo completamente distinto.
Hablo de Caperuza y pienso que no es un libro para niños. Quizás para jóvenes. Puede que para adultos. El caso es que yo, considerándome adulto, he visto cómo mis sentidos se quedaban bloqueados. Síndrome de Stendhal lo llaman. Yo simplemente lo llamo un viaje alucinante. Porque no conocía a Beatriz Martín Vidal. No había visto antes su trabajo. Pero quiero conocerlo, meterme de lleno en lo que nos tenga que contar. Por favor, editoriales, denle trabajo. Que aquí tendrá a un admirador para los restos. Leer no siempre tiene que convertirse en un acto en el que nuestros ojos van pasando por las hojas, por las letras, mientras nuestro cerebro va uniendo el significado. En lo que puede convertirse es en uno de esos instantes en el que abrir un libro se considere una aventura, una de las buenas, que te deje sin aliento. Este libro lo hace. Este libro lo consigue. Y si alguno no lo siente así, disculpadme, es que no tiene sangre en las venas. Porque el arte, esta obra, debiera ser vista por todos aquellos que se precien de gustarles la literatura. Ya sea callada o hablada. Lo mismo da.