Reseña del libro “Carne de sirena”, de Montero Glez.
Nunca antes había leído a Montero Glez. Creo que hace años alguien me recomendó por IG echar un ojo a sus relatos, pero con lo de aquí suelo hacerme bastante el loco, ya sabe usted de mis fobias. Sin embargo, la portada de la nueva novela de este genuino escritor madrileño, de título Carne de sirena, fue todo un presagio. Muy guapa (la portada, digo). Hoy, por lo tanto, y aunque el marketing me la trae bastante al pairo, sí que es justo empezar por ahí. Así que bravo, joder, quién coño sea el/la que lo decidió. Espero que te hayan subido el sueldo (o, al menos, te hayan cambiado la pantalla del ordenador).
Pero debo añadir algo más: porque después, cuando leí la contra del libro (tan sorprendentemente breve y concisa), esa palabra volvió a aparecer (y esta vez impresa): PRESAGIO.
Entonces es cuando uno piensa inmediatamente en echarse al mar (que no es otra cosa que salir echando leches de aquí y, a ser posible, sin ser visto). Y es cuando piensa también en la excitación y en el placer que provoca lo indómito, la aventura. Lo desconocido. Ese cara a cara entre la vida y la muerte (y que no es otra cosa que la Literatura).
PRE-SA-GIO…
(Sí, como habrá podido comprobar en los últimos tiempos me he vuelto un raro y un tanto supersticioso a la hora de elegir nuevas lecturas. Pero será por la guerra. Porque todo es por la guerra, ¿no?)
El caso es que la cosa pintaba bien.
Y el caso es que esto se llama Carne de sirena: o la maldición del hombre solitario, así en la tierra como en el mar. Andrés Bouza es el rabudo protagonista. Otro desquiciado y maldito (y galleguiño) Ahab. La voz épica de una especie de Marlow de Finisterra. Ya sabe de qué estoy hablando.
Ah, ¿que no ha estado usted en Finisterre? Pues entonces lea esta novela.
Yo tampoco he estado, que conste. Pero sí muy cerca. Cada verano. Y un día, pescando en Portonovo, el crío (el mío) dijo haber visto un narval. ¡Carallo! ¡Otro misterio! ¡Es Mobby Dick!, gritaba. Yo, por mi parte, cuando estoy por allí hago que desaparezco entre la niebla. Sí, así, en medio de A Lanzada. Debería usted probarlo. Entro decidido en esa gigantesca y húmeda nube gallega, mirando hacia el horizonte (que no existe) y esperando a que se levante un jodido kraken o algo por el estilo y que nos lleve a todos a tomar por culo. Mientras, los imagino (a ellos, claro, no al kraken) buscándome por la playa, asustados por mi súbita desaparición (aunque en realidad nunca lo hagan. Ni nunca lo estén. Ja. Qué iluso).
Eso (o algo parecido) es Galicia. (O quizás no). El olor a menta y a eucalipto. A langosta y a corteza de árbol siempre empapada. El océano, que nunca es azul del todo y siempre está gruñendo. El viento trayendo la lluvia como un leve y constante escupitajo. La tarde negra, como las piedras de las iglesias y las cruces en sus portadas, igual que el cielo antes de otro nuevo aguacero. Y las leyendas celtas silbando en los brumosos acantilados. Buah. Brutal.
Y todo esto a cuento de que algo así también es Carne de Sirena. Una bruma literaria embriagadora que ocurre también en Galicia. Un relato en mitad de la tormenta. Una breve luz encendida en una fantasmagórica taberna surgida de la nada. Y la maldición de un marinero, Andrés, Bouza, que entra allí en busca de un halo de esperanza. Un cuento más allá del fin da terra. Y el terrible pasado, ese que siempre nos devuelven las olas del mar. O el negro presagio que se vislumbra tras la maldad y la avaricia y la ira del hombre. El destino, claro. Como no. Y otro tormentoso amor. Siempre el maldito amor.
Contrabando de cocaína, mafias familiares, amores perros, venganza y muerte. Un remolino de pasiones dispuesto a tragárselos a todos de una vez. Pero antes, Andrés Bouza entra en escena para cerrar el círculo, intentar ganar un buen dinero y hacer una última travesía hacia la muerte.
Con un hipnótico estilo, Montero Glez. se marca una historia llena de trampas y misterios; de épica y marineros malditos. Una Galicia onírica y fantasmal. Narcos gallegos (como no), taberneros enclenques y sacerdotes del infierno y sin ojos. ¡La ostia en verso! (Y esto es casi literal). Un relato cercano a lo fantástico pero muy en el rollo del tío Melville o incluso del gran Joseph Conrad (pero entiéndame usted esto).
Montero Glez. Cojonudo.
Otro de los de aquí al que incluiré en mis (esporádicas) oraciones. Primera conclusión.
(La segunda podría ser que, por suerte o por desgracia, los presagios (y en esto de la literatura española todavía mucho más) no siempre acaban cumpliéndose).
¡Brum!
(¡Truenos y centellas!)
(¡Y al infierno!)…