La verdad: nunca he sido muy de poesía. Hace algunos años tuve una racha en la que no podía parar de leer a Poe y a Salinas; incluso llegué a memorizar algunos de los versos que más me gustaban. Pero después, nada. Fue una racha fugaz y pasajera, que pasó sin que me diera casi ni cuenta. Hasta que llegó a mis manos Cartas a ninguna parte. Y, para ser sincera, no fue como resultado de mis ganas de volver a sumergirme en la poesía: me tocó en un concurso de Internet. Envié un verso y al poco me llegaba este ejemplar, con una dedicatoria inspiradora y lleno de ilustraciones maravillosas de Elena Pancorbo a la altura de las palabras.
Yo necesité de una casualidad para volver a leer poesía; quizá no lo hice antes porque es una cosa que ya no se lleva. Ojalá la poesía volviera a estar de moda. Ojalá nos diera más a menudo por meternos en los pensamientos más primarios y profundos de los poetas. Por ver el mundo con sus ojos. Siempre es bueno mirar el mundo desde otros ojos; y mucho mejor si se trata de los de un poeta, porque, digan lo que digan, ellos ven lo que les rodea de una manera diferente a la de los demás humanos. Son capaces de destripar las cosas hasta dejarlas en su estado natural: quitan maquillaje, capas, máscaras, ilusiones. Y lo reducen todo a su verdad. Si por un día, aunque fuera uno solo, mirásemos con ojos de poeta, jamás volveríamos a ser los mismos. Porque algo del mundo que se ve desde esa perspectiva se quedaría en nuestro interior para siempre. Después sentiríamos la necesidad irrefrenable de contarlo, de dibujar nuestros sentimientos mediante palabras; de describir lo indescriptible.
Ojalá existieran más poetas. Personas sin miedo a expresar lo que sienten y, además, hacerlo bonito. Porque da igual lo que nos estén diciendo esas palabras; sonarán bellas en la boca del que las recite y moverán sentimientos en las mentes de quien las oiga. Sentimientos que quizás el receptor ni sabía que existían. Por eso es importante leer poesía, para llegar a conocernos de verdad.
Ojalá más personas como Ane Santiago desnudaran su alma, cogieran un bolígrafo y la tatuaran en un trozo de papel; porque Ane se desnuda en las páginas de este poemario. Yo soy de las que piensan que si la poesía sirve para algo, es para desnudarse. Te permite decirlo todo, sin excepciones; todo está permitido. Palabras de desahogo, de enfado, de pasión, de esperanza. Se mezclan desde el principio hasta el final, hasta conseguir que el poeta deje sus entrañas plasmadas en el papel. A veces son solo ideas pasajeras, otras veces son obsesiones que no se van ni arañándolas. Como ella misma dice, la poesía es lo que pasa cuando la vida ya no sabe. Ojalá, gracias a libros como este, personas como yo, se dieran cuenta de que necesitan leer más poesía. No solo porque la poesía es hermosa, sino por todo lo que nos puede enseñar.
De este libro he aprendido que escoger siempre significa renunciar. Que debo amar absolutamente todo de mí y que tengo que dejar que otros me amen también. Que siempre, siempre, las cosas son más sencillas de lo que parecen en mi cabeza. Que todos tenemos tormentas internas o incendios provocados. Que debo buscar a las personas que tengan complejo de galaxia y que contengan un universo. Que sería una buena idea enamorarme de ellas. Que, a veces, un laberinto es mejor regalo que una línea recta. Y que al mundo le falta cariño y a mí me sobran brazos.