Hablar de Charles Bukowski es hablar de realismo. Realismo sucio, que podría definirse como el movimiento literario estadounidense surgido en la década de los 70 y que se caracteriza por representar fielmente la realidad —sobre todo en contextos urbanos—, y por no escatimar en las descripciones de los aspectos humanos más sórdidos. Así es la literatura de Bukowski, realista y sucia. Siempre he pensado que es la decadencia hecha palabra. Sus historias empiezan mal, pero acaban peor.
Cartero cuenta la historia de Henry Chinaski, el álter ego del escritor al que suele recurrir para hacer de sus historias obras semi-biográficas. A Chinaski le conocemos de otros libros, como Factotum o Hollywood. No creo que Bukowski tenga miedo de contar una historia biográfica, en la que él sea protagonista. Pero elegir un álter ego que permita ver claramente que es el propio escritor el que está dentro de esas páginas, es un recurso muy inteligente a mi entender. Sinceramente, no sé si compraría un libro autobiográfico de Bukowski, en cambio, me basta con leer el resumen de las historias de Chinaski para decidirme a tenerlas en mi estantería.
Chinaski es un montón de vicios personificado. Bebe incluso más de lo que admite, fuma como si no hubiera mañana, cosifica a las mujeres a través del sexo y le gusta demasiado apostar el dinero que no tiene en el hipódromo. Es una persona desgraciada y la encarnación de los sueños frustrados. Chinaski nunca ha querido ser cartero, sabe que va a ser un empleo temporal, pero ahora necesita el dinero y se conforma con lo que sea. Pronto dejará a ese jefe que le manda a los peores barrios de la ciudad; dejará las calles llenas de perros rabiosos, de vecinos locos que le miran a través de la mirilla y le chillan improperios. Todo eso será pasajero. Ahorrará un poco de dinero y se dedicará a otra cosa; a escribir, por ejemplo. Pero sus borracheras encadenadas, sus apuestas y sus idas y venidas con las peores mujeres de la ciudad, harán que el poco dinero que va ganando acabe en el bolsillo de otro. Sin darse ni cuenta, dedicará más de once años de su vida a ese trabajo que odia y que le hace tan infeliz.
Cartero habla de los sueños frustrados. Del círculo vicioso que se forma cuando tu vida es depresiva y no puedes salir de ella para perseguir tus metas. Habla del conformismo, de la inseguridad de un personaje que podría aspirar a mucho, pero que al final no llega a nada. Habla de lo fácil que es vivir con los vicios como únicos amigos, de lo bonita que se ve la vida detrás de una copa de vino y de lo amarga que sabe cuando la resaca llama a la puerta.
Chinaski siempre me ha recordado un poco al niño de El guardián entre el centeno, pero ya crecidito. Cuando lo leí también tuve esa sensación de angustia; lo pasé mal al ver cómo un personaje con una mente excepcional estaba echando su vida a perder por culpa de sus vicios. Como decía al principio: la imagen de la decadencia. Bukowski te plantea una historia que comienza mal, te presenta a un personaje desgraciado, hundido y, más que sin futuro, sin presente. Cuando empieza a desarrollarse el libro, esperas que al pobre protagonista le empiecen a ir mejor las cosas. Piensas “ya es hora, a ver si consigue dejar ese trabajo de mierda y hacer algo con su vida” (Ojo, no estoy diciendo que el ser cartero sea un trabajo horrible. Eso lo piensa Chinaski. Él te hace creer que ser cartero es una de las peores cosas a las que podría aspirar una persona estadounidense). Pero las páginas se suceden y ves que la vida del protagonista no va a mejor, que empieza a caer en picado y sin remedio. Y llega un momento del libro en el que te das cuenta de que Chinaski está destinado a ser un fracasado toda su vida. Y no puedes hacer más que apenarte por esa mente brillante tirada a la basura.
Lo admito: me encanta Bukowski. Me gusta que sus historias no sean perfectas, que muestre la vida de personas que todos conocemos, pero de puertas para afuera. Que enseñe lo fácil que es dejarse llevar por los vicios y las consecuencias desastrosas que suelen llevar aparejados. Me gusta ser cómplice de la sensación que tiene una persona cuando sabe que lo ha perdido todo. Me conmueve entenderle y a la vez me enfada verme a mí misma pensando que él se lo ha buscado. Como decía un buen amigo mío, “Bukowski tiene la extraordinaria habilidad de convertir la resaca en un arte”.