Catedral, de Raymond Carver
Para no andarnos con rodeos, les diré que el estadounidense Raymond Carver, autor de este brillante libro de relatos, fue un borracho sin remedio la mayor parte de su vida. Sólo cuando se casó con su segunda mujer, la poeta Tess Galagher, fue capaz de dejar su adicción para dedicarse a escribir y disfrutar de su nueva vida; una vida que, debido a un cáncer de pulmón, habría de dejarle sólo diez años más tarde.
Su experiencia como bebedor y asiduo de la mediocridad queda bien reflejada en cada relato que escribió. Catedral es un buen ejemplo de ello. No hay luz en él, sus páginas parecen haber hecho suyo el tono grisáceo de la cubierta de esta edición de Anagrama (muy apropiado, por cierto), renunciando al color claro y suave del papel. El poder de lo escrito pesa más en este caso que cualquier otra cosa… Carver consigue aislarnos de lo tangible y adentrarnos en su terreno de manera sublime desde la primera línea, conduciéndonos sutilmente al pesimismo. Nos vemos así envueltos en palabras que nos transmiten soledad, angustia, opresión, incertidumbre, noches de preocupación, desesperanza y duda. Nosotros estamos ahí, en toda esa tormenta.
Sin excepción, los relatos nos cuentan retazos de vidas ajenas y, por supuesto, desafortunadas. Nos encontramos así con gente pobre, alcohólicos, sin dinero o sin trabajo, con problemas de pareja o simplemente sin saber muy bien cómo orientar sus días. Todos ellos, muchos inconscientemente, parecen caminar como fantasmas sobre una cuerda floja de la que sólo restan hilachos. Lo curioso es que son personas totalmente normales y corrientes como cualquiera de nosotros, con sus más y sus menos, pero que Carver lleva al extremo para mostrarnos la facilidad del desastre y, sobre todo, para hacernos sentir en nuestro propio cuerpo un malestar agudo como muy pocos son capaces de conseguir.
Sí, Raymond Carver logra hacernos sentir mal. Cada punto final de sus relatos nos roba un suspiro de alivio… pero también de disgusto. Disgusto porque es imposible no quedar asombrado y con ganas de más. Carver es único en su estilo. Como padre de la corriente literaria del realismo sucio, el autor, directo y con muy pocas palabras, siempre certeras y sin florituras, nos muestra lo aleatorio que puede ser tener suerte en la vida y lo absurdo de los acontecimientos que la determinan. Nos hacen reflexionar. Además lo que nos cuenta lo hace sin principio y sin final, porque no son historias puntuales, sino que tienen una continuidad infinita que sólo nosotros podemos imaginar. No son contratiempos que puedan solucionarse de un día para otro y seguir adelante. No, las dificultades de las que habla Carver en Catedral van mucho más allá, se llevan por dentro y para siempre.
Por otra parte, me ha gustado especialmente esa sensación de angustia y amenaza creciente que se siente a medida que se van leyendo los relatos. Y es que enseguida que uno empieza una historia ya siente que algo va a pasar, aunque que se esté leyendo algo mundano y sin gran interés. Por el ambiente creado, por los personajes y por ser Carver el autor, claro, se sabe que dentro de esa aparente normalidad algo más o menos sorprendente ocurrirá y romperá con todo y no dejará que separemos nuestros ojos de las páginas. Unas páginas en las que los personajes son las víctimas, ajenas a todo; y nosotros, los espectadores que miramos entre los dedos que hemos puesto frente a nosotros para taparnos los ojos, como chiquillos en el cine viendo una película de terror, expectantes y hasta impacientes por saber cuál será la próxima desgracia.
Pero no malinterpreten: éste no es un libro de terror y ni mucho menos surrealista. Todo lo contrario. Es un libro que recoge diferentes ejemplos de cómo vidas cotidianas pueden romperse a partir de hechos tan corrientes como divorciarse, caer enfermo, un despido o hasta una simple llamada telefónica en mal momento. No hay sangre ni violencia ni sustos, sólo un destino veraz y caprichoso capaz de alcanzarnos a todos.
J.P. y yo estaños en el porche del establecimiento de desintoxicación de Frank Martin. Como todos nosotros en la casa de Frank Martin, J.P. es ante todo y sobre todo un borracho. Pero también es deshollinador. Ha venido por primera vez y está asustado. Yo ya he estado otra vez. ¿Qué quiere decir eso? Pues que he vuelto. El verdadero nombre de J.P. es Joe Penny, pero me ha dicho que le llame J.P. Tiene unos treinta años. Más joven que yo. No mucho, sólo un poco. Me está contando cómo decidió dedicarse a ese tipo de trabajo, y siempre le gusta utilizar las manos al hablar. Pero le tiemblan. Quiero decir que sus manos no quieren estarse quietas. (Del relato Desde donde llamo).
Judit Rodríguez ( judit@librosyliteratura.es )
Pues parece un libro estupendo para subirnos el ánimo en estos momentos tan difíciles (jajajja), por si acaso deberé empezar a medir mi ingesta de alcohool (jajaja). Estas bromas eran sólo para desengrasar un poco. He leído algo de poesía de este hombre pero ninguna novela suya, igual algún día …
Jeje, es verdad, Susana: no es el mejor libro para “subirnos” la moral ni para darnos ánimos ni nada de eso, más bien al contrario. Pero aún así merece mucho la pena. Os lo recomiendo a todos (alcohólicos o no :P).
Nos hace sentir mal con letras, y eso es genial,e so dice mucho de él, por lo que si me encuentro con este libro, sin lugar a dudas lo llevaré para casa; gracias por la reseña.
Saludos!
Éste o, según me han dicho, cualquiera de relatos de Carver. Aunque, ahora que lo pienso… ¿cómo será su poesía? ¿también tan “negativa” y gris? ¿Qué nos dices de eso, Susana?
Un saludo,