¿Os habéis dado cuenta que, a veces, prohibimos a los niños tener imaginación? Es como si, al hacernos adultos, nos hubiéramos olvidado de lo importante que es imaginar para ellos. Como si la realidad nos hubiera inoculado tanto su verdad que no tuviéramos un tiempo, por mínimo que sea, para creer que nuestras fantasías pueden ser ciertas. Yo lo echo de menos. Por eso, o quizás porque aquel niño pequeño que fui no se ha ido nunca del todo, cada vez que veo a mis dos sobrinos decido jugar a su juego, meterme en su mundo por alocado que sea, y jugamos a que la imaginación sea la única protagonista del día. Así es como, después de unos cuantos años, ellos siguen riendo cada vez que ven a su tío aparecer por la puerta y yo sigo creyendo que no todo está perdido. Cepillo viene a llevarnos a los niños y a los adultos a esa edad en la que todo era posible y con sólo un cerrar de ojos podíamos comprobar que lo que nos habíamos imaginado no era simple fantasía. Sino que era nuestra verdad. Quizá por eso esto que escribo tiene algo distinto a lo que vengo escribiendo desde hace unos meses. Puede que por eso hoy he vuelto a entender que lo que esconde la verdad es una forma de encerrarnos a nosotros mismos.
Nunca es fácil hacer una reseña de un libro infantil. Quizá sea por su corta extensión o porque el público al que va dirigido puede explicarlo mejor que un adulto, el caso es que hablar de Cepillo se me hace más complicado que de costumbre. La historia de este álbum ilustrado es la siguiente: un niño debe dejar que su perro, su amado perro, viva en otra casa ya que no pueden hacerse cargo de él. El vacío que deja su mascota no puede llenarse por mucho que él invente juegos y más juegos, y no será hasta que encuentre un cepillo que entenderá que es muy posible que la imaginación convierta en real algo que, en apariencia, no puede serlo. Hasta aquí el resumen, pero lo que hay dentro de este libro es mucho más. Porque como ya decía al principio, lo que han hecho Pere Calders y Carme Solé Vendrell es apelar a esa imaginación que todos los niños tienen para crear una historia tan tierna como reveladora. Lo dice un adulto que ya hace tiempo que dejó atrás los juegos infantiles. Porque uno de esos valores que hoy en día parecen estar denostados, a saber, que la imaginación juegue un papel fundamental en la educación de los pequeños, es donde esta historia se mueve como pez en el agua, deseándonos a aquellos que leamos este libro a nuestros niños, que por unos instantes volvamos a esa cueva donde es muy posible que haya dragones y seamos caballeros y amazonas en busca de aventuras.
No hay nada peor que hacerse mayor y dejar de lado nuestro mundo infantil. Es obvio que las responsabilidades, que las obligaciones, cobran mayor importancia cuando los años se acumulan en nuestros ojos, pero si de algo estoy seguro es que con libros como éste es muy posible que recuperemos ese halo que se queda dentro y que es tan difícil sacar a veces. Para los niños, que al fin y al cabo son los destinatarios de este libro, Pere Calders y Carm Solé Vendrell harán que ya no vuelvan a ver en un cepillo sólo un cepillo, o incluso que no vean cualquier objeto que se encuentren en sus manos de la misma forma. Porque aunque no lo sepamos ver, aunque se nos haya olvidado, aunque el día a día imponga su rutina, los niños son capaces de escribirnos cada día una historia diferente, una historia nueva, una verdad distinta a todo lo que conocemos, con la simple sonrisa reflejada en un rostro que, con lecturas como esta, se forma nada más abrir las primera páginas. Es ahí, en ese hueco por donde se escapan las sonrisas, donde nos encontraremos a nosotros mismos mientras ellos nos enseñan todo lo que se puede hacer, como ya he dicho antes, con sólo un poco de imaginación.