Don DeLillo ha vuelto de entre los muertos. Ha tardado seis años desde aquel Punto Omega en darle forma a una novela de trescientas páginas en la que explora los límites de la vida y del lenguaje, la desconstrucción de la familia a través de la memoria y la incapacidad para afrontar las pérdidas. Todo esto ubicado en un espacio que no tiene nombre y cuya arquitectura remite directamente a una ecología de lo artificial y lo aséptico. Seis años para esto. ¿Ha merecido la pena la espera? Sólo puedo responder con un sí irrevocable. Estamos ante una de las apuestas seguras de todos esos rankings que enumeran lo mejor del año. Cero K es un caballo ganador –o cuanto menos finalista-. Pero todo eso ya se sabía desde las dos primeras palabras de esta reseña.
El planteamiento de la novela roza la más pura ciencia ficción especulativa. Ross y Jeffrey Lockhart, padre e hijo, acompañan en sus últimos momentos a la segunda esposa del padre cuya vida va a verse interrumpida a través de un proceso de criogenización. Dicho experimento será llevado a cabo por una organización llamada Convergencia y cuya exclusividad y anonimato hacen que sólo esté al alcance de unos pocos. La idea de partida se va tergiversando poco a poco debido a la espera que sufren los personajes antes de que el proceso en cuestión se lleve a cabo. Momento que DeLillo aprovecha para sacarse de la manga un conjunto de personajes que fuerzan al lector a poner en duda el arte de la memoria y la idea de muerte como fin último.
A través de una serie de flashbacks veremos cómo han llegado estos dos personajes al punto de no retorno en el que ahora se enfrentan o conviven. La crianza por parte de su madre divorciada ha dado a Jeffrey una visión escéptica de todo ese espectáculo que su padre lleva consigo, esa mezcla de seriedad y extravagancias que definen su nueva identidad. Por su parte, Ross quiere reabrir el canal de comunicación con su único hijo con el fin de hacerlo partícipe de una decisión vital en el sentido más literal del término. El resultado de esta dualidad son páginas y páginas de diálogos únicos que te obligan a definir lo que es ser humano cuando ya no es necesario aplicar fecha de caducidad alguna.
DeLillo ha vuelto en plena forma. Cero K es un trabajo de una fuerza demoledora. Despídete de aquel debate maniqueista entre fe y ciencia. Dile adiós a las disputas entre John Locke y Jack Shepard. Aquí la Madre Ciencia ha devorado a los devotos de dioses menores para mostrarse hegemónica e imperecedera. La ciencia en la novela de DeLillo ha arrebatado el último resorte inexplicable en lo concerniente al hombre, su muerte, y la ha encerrado en una fórmula matemática cuya solución ya no supone conflicto alguno. Al menos a nivel científico.
Y en este nuevo mundo donde la muerte ya no es una opción será necesario un nuevo lenguaje. Uno que nos sirva para perdonar nuestras antiguas limitaciones y nos otorgue un sistema de denominación que no se sostenga en la fantasía o en la hipótesis. Nuevos nombres. Nuevas formas de sentirse vivo. Ya que si la muerte es un tema sobre en el que orbitan todos los personajes, el lenguaje no le va a la zaga. Decir es ser y contradecir es enfrentarse. Si algo define Cero K es su absoluta ambición a la hora de forzar la ruptura con todo lo anterior, ya sea el pasado, la memoria, la identidad o la idea de desenlace.
Hace un par de días que acabé la novela y aún no sé cómo lo ha hecho. Este tipo ha jugado conmigo y con las reglas del juego. Ha metido gente en un congelador y ha tirado todas las fichas del tablero. Ahora son los muertos los que recuerdan a los vivos. Ahora el Más Allá es aquí y ahora. Y el futuro es la posibilidad de estar vivo. No sabíamos, hasta que DeLillo ha venido a decírnoslo, que las Puertas del Cielo tienen una goma aislante y son la entrada a una cámara frigorífica. San Pedro ha sido sustituido por un serie de físicos y biólogos que te dan la bienvenida a lo que sea que esté a punto de suceder. Los rezos han perdido vigencia frente al control exhaustivo de las temperaturas. Y todo es un suma y sigue excepto las consecuencias. Don DeLillo deja claro en Cero K que hay una dimensión existencial que depende sólo del lector, del humano que observa. Una realidad interna que nada tiene que ver con el avance científico o el retroceso mitológico. Nadie sabe qué pasará después. Ni el Dios del Antiguo Testamento ni Stephen Hawking. Porque hasta ahora la muerte siempre había ganado la partida. Hasta ahora estar vivo significaba jugar lo mejor que uno podía contra aquel que inventó el juego. Hasta ahora.
Sergio Saborido (@Sergsab)