Son varias ya las generaciones que no viven su primera experiencia sexual con inocencia, sino con decepción. Hoy en día, teniendo un aparato en el bolsillo del pantalón que te provee de las respuestas a todo lo que puedas plantearte, ya pocas cosas las descubrimos de cero; como mucho, las comparamos con lo que ya habíamos visto, leído o escuchado. Por ese motivo, un relato como el de Chesil beach, en el que dos jóvenes se enfrentan a su primera vez en la década de los años sesenta, sin apenas información previa y con todas las dudas del mundo, causa tanta ternura en su planteamiento. Porque lo que Ian McEwan nos propone, al menos esa ha sido mi percepción durante la lectura, es un recordatorio de nuestra inocencia perdida.
Edward y Florence son novios desde hace años, pero jamás han tenido un contacto íntimo entre ellos o con otra persona. Él esperaba con ansia el día que ya ha llegado: su noche de bodas, el momento en el que pueden intimar sin cometer pecado alguno. Pero pese a tener consigo el visto bueno de Dios ella no parece tener interés alguno por la consumación de su amor; es más, le repugna completamente la idea, pero no sabe cómo evitar una situación de la que ya es realmente difícil escapar. Con el pretexto de la tensa espera al inicio de esta primera relación sexual McEwan va relatando la vida de los dos protagonistas, a partir de lo cual nos permite comprender que sus diferencias van bastante más allá de los mayores o menores deseos sexuales.
McEwan, uno de los mejores narradores de la literatura actual (opinión completamente personal, pero refrendada por muchos lectores), no está a su máximo nivel en ese aspecto en esta novela (otra opinión completamente personal, esta no sé si tan refrendada). A diferencia de otras obras, como en la reciente Cáscara de Nuez, en la que trabaja enormemente el desarrollo de la historia, en este caso es mucho más complicado abstraerse con el relato, dado que la narración, sin apenas diálogos, no acaba de funcionar como conjunto, aunque sí como idea y como partes separadas. De hecho, no deja de ser un relato con una gran cantidad de virtudes. La propia construcción de los personajes, con notables diferencias sociales e incluso intelectuales, es fácilmente asimilable por el lector, ya que todos hemos vivido esas diferencias en nuestras propias carnes. Además, algunos de los pequeños relatos que se insertan a modo de recuerdos de los protagonistas, como el de la madre de Florence, afectada de un daño cerebral y a la que toda su familia se esforzaba por hacer creer que ella seguía realizando las labores del hogar, consiguen visibilizar el nivel de McEwan como escritor.
Chesil beach, publicada por primera vez en 2007, es una novela que, como toda buena relación amorosa que se precie, va a rachas. Cuenta con momentos apasionantes y absorbentes y con otros mucho más monótonos y terrenales. Al fin y al cabo, no cuenta nada que no sepa todo el mundo ya, aunque su lectura hace que te plantees si verdaderamente está ahí la raíz, en el saberlo todo, de tantos fracasos y decepciones que uno acaba cargando sobre su espalda a medida que se enfrenta a la realidad.
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