Si quieres leer una reseña sobre esta novela, Diego Palacios y Gorka Rojo publicaron dos geniales a finales de 2015 en esta misma página. Esto es otra cosa: un sencillo intento de comprobar si los libros pueden entrar de la misma manera por los oídos que por los ojos.
Llevo ya bastante tiempo enganchado a los podcasts; concretamente, desde que empecé a trabajar delante de un ordenador ocho horas al día y comprendí que fuera de la oficina tenía que huir todo lo posible de las pantallas y de los teclados. Además, he tenido la suerte de que mi afición por este formato ha nacido en un momento en el que se está haciendo una gran apuesta en España por productos de calidad, especialmente desde plataformas profesionales como Podium Podcast (La vida peligrosa, El gran apagón, Le llamaban padre…). Así que, después de tantos meses disfrutando de estas radionovelas, lo siguiente era hacer la prueba con un libro. Elegí Cicatriz, de Juan Gómez-Jurado, haciendo un poco de trampa, ya que para cuando comencé a escucharlo ya llevaba casi un tercio del libro leído. Y, sorprendentemente, el salto de un formato a otro no resultó demasiado traumático. Al fin y al cabo, una buena historia se disfruta igual te la cuenten como te la cuenten.
Y esta es una gran historia; un thriller de los que te van atrapando poco a poco, gracias a una trama con muchos flecos por resolver (un asesinato, un contrato millonario, el pasado de una joven extranjera…) y a un protagonista que narra su historia de una forma tan verosímil como amena. Pero dejando a un lado la entretenidísima historia de Simon Sax e Irina, quisiera centrarme en la experiencia de consumir este libro a través de los oídos, pues imagino que, como yo, serán muchos los lectores que no hayan cruzado esta frontera. En mi caso lo escogí de la web Audioteka, que cuenta con una amplia colección de audiolibros de todo tipo.
Lo primero que me sorprendió fue que toda la novela hubiese sido grabada por un único intérprete, el doblador Tito Trifol, cuya voz me resultó sorprendentemente parecida a la de Juan Gómez-Jurado (seguramente fuese mera sugestión). En un principio me resultó extraño, pues mi mente podcastiana echó de menos la pluralidad de voces para interpretar a los personajes y los sonidos de ambiente. Pero una vez que uno comprende en qué consiste un audiolibro, que no es otra cosa que una narración amena del texto original, pasa como con los libros tradicionales: que uno no tiene problemas para generar las escenas en su mente a partir de lo que se nos narra.
Eso sí, las más de once horas de audio que ocupa esta novela (en texto son 576 páginas) son para dosificarlas en varias tomas. Al fin y al cabo, los que somos tramposos y estamos acostumbrados a leer de vez en cuando en diagonal aquí no gozamos de ese recurso (no recomiendo probar el truco de acelerar la velocidad de reproducción del audio, porque ahí sí que definitivamente dejamos de estar ante un libro para enfrentarnos a un trabalenguas).
Como toda primera vez, la del audiolibro me ha exigido un proceso de aprendizaje sobre la marcha, en el que he ido haciendo numerosas pruebas hasta que he encontrado la forma de amoldar este formato a mis gustos. Por ejemplo, me he dado cuenta de que no es tan fácil prestar atención a la trama cuando parte de tus sentidos tienen que estar alerta de ver el color de las luces de los semáforos, de esquivar los pisotones y de llegar a tiempo a la oficina. Y ya ni hablar de lo duro que resulta el momento de ver que tienes que quitarte los auriculares justo cuando más interesante está el capítulo. Al final, he acabado acogiendo este audiolibro como un complemento, una manera de continuar enganchado a una historia tan adictiva como la de Cicatriz para, ya por la noche, darle el relevo en papel.