Me ha dado miedo releer Cien años de soledad. Han pasado diez años desde que me asomé a sus páginas, leyendo la edición conmemorativa por el ochenta aniversario del autor, el maestro Gabriel García Márquez, y la forma en la que estaba escrito me impactó tanto que se convirtió de inmediato en uno de mis libros favoritos. Desde entonces supe que lo volvería a leer algún día. Mientras tanto, presté el libro, deseosa de compartir con mis allegados una experiencia lectora tan fascinante. Imaginad el puñal que sentí retorcerse en mi corazón cuando vi que varias hojas se habían despegado. ¡Mi novela predilecta, masacrada! Yo, que cuido tanto los libros que ni a las ediciones de bolsillo le salen arrugas en el lomo, no podía ver aquello; así que refugié a mi querido libro en un estante, rodeado de muchas otras obras de García Márquez, lejos de nuevos atropellos.
Y, de pronto, aparece la preciosísima edición de Cien años de soledad ilustrada por Luisa Rivera, que publica Literatura Random House para celebrar los cincuenta años de la obra. ¿Cómo no iba a tener yo semejante maravilla entre mis manos? Era la mejor manera de releer la obra cumbre del realismo mágico. Así que, una década después, regreso a Macondo para acompañar a los Buendía generación tras generación. Una casa de locos donde ellas son inquebrantables y hasta crueles y ellos están obsesionados con las guerras, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes.
Es curioso que Cien años de soledad sea uno de mis libros preferidos y apenas recordara nada de la historia, más allá del archiconocido inicio, el magnífico final y personajes y acontecimientos muy concretos de esta familia marcada por las pasiones, las tragedias y las soledades. Lo que ha perdurado todos estos años en mi memoria ha sido el placer que la lectura me causó, y de ahí mi repentino temor a releerlo y no sentir lo mismo, a defraudarme quizá. Ahora comprendo a quienes me han dicho muchas veces que no pudieron acabarlo. Yo me echaba las manos a la cabeza al oírlos —¡pero si es una delicia!, les decía—; sin embargo, es cierto que es un libro denso, donde las vivencias de unos y otros personajes se suceden sin descanso, muchos de ellos con el mismo nombre, lo que añade dificultad al seguimiento de la historia. No tiene un inicio, nudo y desenlace al uso, sino que es un universo único de emociones, hechos extraordinarios y personajes mágicos, en el que solo es posible entrar si uno sucumbe a la excepcional prosa de García Márquez.
La relectura de Cien años de soledad no me ha decepcionado, ni mucho menos. Ya no he sentido la fascinación de la primera vez, pero he disfrutado del reencuentro. Un reencuentro con García Márquez, del que he leído bastante en los últimos años. Gracias a eso, he reconocido las referencias a otras novelas o cuentos suyos, que ya estaban escritos en aquel 1967 o que serían escritos muchos años después. Y, sobre todo, ha sido un reencuentro conmigo misma, pues me he dado cuenta del verdadero impacto que esta novela tuvo en mí. Aunque no recordara muchas de sus imágenes, estas se habían quedado en mi subconsciente y las he reflejado en muchos de mis textos. Metáforas de tres palabras del autor colombiano han dado lugar a relatos míos enteros, y yo sin saberlo. ¿Cómo no va a ser Cien años de soledad uno de mis libros predilectos? Pocas veces he sentido una conexión tan profunda con una lectura, contados libros han marcado tanto mi vida.
También es mi novela favorita, la leí cuando tenía 13 años y desde entonces he caído en un interminable agujero hacia la Literatura, he leído y escrito siempre pensando en el realismo fantástico que me conquisto porque mi vida puede dividirse perfectamente en dos tiempos, el antes y el después de Cien años de soledad. Era más que grande Gabriel García Márquez, y es genial que las nuevas generaciones puedan conocer su obra con ediciones tan preciosas.
¡Excelente reseña, saludos!
Pues sí, María, los lectores haremos que esta historia y todas las de García Márquez no mueran nunca.
Gracias por tu comentario.