El debut de Garth Risk Hallberg en el panorama literario de Estados Unidos es uno de esos inicios que hacen historia. Además de conseguir un adelanto de dos millones de dólares, todo un récord para un escritor novel, una productora ya ha se ha hecho con los derechos cinematográficos de su novela, que se va a publicar en 17 idiomas.
No obstante, más allá del ruido mediático, que siempre confunde en parte las cosas, habrá quien, como yo, llegue a Ciudad en llamas (traducido al español por Cruz Rodríguez Juiz) más por un impulso. La clase de impulso que te mueve a leer un libro de casi mil páginas sin saber mucho de él. Después es Hallberg el que consigue que quedarse se convierta en una tarea más o menos sencilla.
Su historia se inicia en la Nochevieja de 1976, con un tiroteo en Central Park, eje central de toda la novela, y culmina en el verano de 1977 con el histórico apagón de Nueva York que sumió a la ciudad en un ambiente de caos, vandalismo, violencia y desorden público. Entre medias un profesor que aspira a escribir la mejor novela americana, un músico punk heredero de un imperio económico, dos adolescentes que tratan de encontrarse entre las calles de Manhattan, un periodista deprimido, un pirotécnico, un policía a punto de jubilarse y un matrimonio en trámites de separación, entre otros, deambulan a lo largo de sus 94 capítulos buscando desesperadamente algún tipo de conexión.
El factor común es la ciudad. Y no cualquier ciudad. Nueva York, al borde de la bancarrota, se impone como la gran protagonista, con sus imponentes edificios sin fin, la irrupción del punk, los fuegos artificiales, las drogas, la corrupción, la adrenalina y la sensación de vivir siempre bajo una amenaza perpetua. Su presencia lo invade todo, como si fuera un desastre natural, una avalancha, de la que es imposible escapar.
Ciudad en llamas, es cierto, no es la Gran Novela Americana, tal y como sueña uno de sus personajes. Ni si quiera pienso que se le acerque. Pocos títulos, en realidad, pueden aproximarse a ello. Pero dotada del talento de su autor, está innegablemente bien escrita y su último tramo, con efectos especiales incluidos, es de un ritmo maravillosamente frenético.
Bien es cierto que a Hallberg tal vez le falte pulir un poco su extensión, algo injustificada, el uso de flashbacks, que ralentiza el ritmo de la lectura, y la desbordante e innecesaria justificación de algunos de sus personajes, que provoca que lleguemos a su final, después de experimentar ciertos altibajos, algo exhaustos también. No necesitamos tanto en realidad.
Sin embargo, es este un mal menor teniendo en cuenta que Ciudad en llamas es apenas su debut. No se puede escribir de Nueva York sin tomarse en serio ciertas licencias y, por ende, sus excesos. Tampoco leerla sin paciencia. De fondo, subyace el esfuerzo de su autor –capaz de recrear el ambiente de la década de los años 70 y trasladarnos mágicamente a él–, y su infinita ambición por construir, a partir de entre todos los relatos que se cruzan, una única historia cuanto menos sólida. El resultado es una lectura entretenida y profundamente evocadora. Una novela de época y de acción sobre la que se dibuja la silueta, las luces y sombras, de los rascacielos de la contundente ciudad de Nueva York.