Clásicos infantiles 13
Es curioso. Tantas recomendaciones de libros, tantas palabras escritas hablando de aquello que nos hace emocionarnos cuando somos niños, pero no se me había ocurrido hablar de unos libros, de una especie de libro, que hizo que todos nosotros aprendiéramos a leer y a escribir y nos convirtiéramos, en cierta forma, en lo que somos hoy en día. Con ellos, adorados por algunos, odiados por otros (sobre todo por aquellos a los que, en una edad más avanzada, odiaban las matemáticas), supimos lo que significaban las vocales, las consonantes, a escribirlas con una caligrafía casi perfecta, a seguir con el lápiz las curvas, a dibujar peces, o algún que otro juguete, a construir sílabas, a resolver problemas, y un sin fin de cosas más. Y de lo curioso que es, me paro un momento y os hablo de ellos, en esta sección de clásicos infantiles. Porque muchos de nosotros crecimos con ellos y aprendimos el significado de aquello que nos leían por la noche y que después leeríamos nosotros. Ellos son los Cuadernos Rubio, un compañero de estudios, pero también de lecturas.
Hablar de los Cuadernos Rubio es hacerlo de la infancia de muchos, de la infancia de muchos de los que nos leéis y que ahora devoráis los libros con la misma pasión que nosotros. Por eso os hablo hoy de ellos, porque es ahora cuando vuelven a las librerías con fuerzas renovadas, con una nueva imagen, pero con el mismo espíritu de querer enseñar a los niños lo que eran las letras, lo que les depararían a lo largo de la vida y lo que significarían todas juntas, formando historias que algunos cuenten y otros lean. Y es que parte de nosotros vivimos a través de los trazos que nos mandaban hacer, de la lectura que nos proponían, de los problemas que resolvíamos (con mayor o menos destreza), una infancia llena de aprendizaje y de cosas nuevas que usar en un futuro. Fue entonces cuando yo, que no levantaba ni un palmo del suelo, supe que en la lectura, en las letras, había algo especial que debía conocer. Llámenme raro, pero supongo que gracias a ellos descubrí que me encantaba escribir, aunque fuera sílabas repetitivas, aunque no tuvieran, visto con el tiempo, el menos sentido.
Pero siendo pequeños, ¿qué importa la lógica? Lo realmente importante es que algo nos guste, que disfrutemos con algo, y los Cuadernos Rubio eran aquello con lo que iniciábamos una andadura propia, un camino que nos llevaría, como me llevó a mí, cosas de la vida, a lo que escribo hoy en día, aunque sea en el ordenador, pero que sin ellos no hubiera podido, porque no hubiera sabido cómo unir las letras para que formaran palabras, para que se convirtieran en frases que se entendieran, y que crearan la reseña que hoy podéis leer. ¿No os parece curioso que de unos cuadernos que eran tan delgados, que tenían tan pocas páginas, pudiéramos aprender tanto? Hoy, cuando el tiempo empieza a formar arrugas pequeñas en mi cara, mi sobrino es el que seguirá el camino que yo dejé hace años, cuando ya sabía todo lo que se podía saber. Él descubrirá cómo se escribe la letra a, cómo se pronuncia, qué es, y lo que significará para él cuando sostenga en sus manos el primer libro y pueda leerlo para su simple disfrute. Qué curioso que después de tantos años, hoy volvamos a hablar de ellos, volvamos a tenerlos presentes, y sean algo de lo que aprender de nuevo, como si fuera algo completamente nuevo cuando lo que está haciendo es unir a generaciones de personas que estudiaron con ellos.
Sí, es cierto, todos aprendimos con ellos. Algunos prestamos más atención a las letras, otros se vanagloriaban de resolver los problemas matemáticos con una rapidez extraordinaria (yo nunca fui de ellos). Pero lo que no se puede negar, lo que es absurdo no mencionar, es que los Cuadernos Rubio se convirtieron en el material para que después supiéramos mucho más, que conociéramos el poder de las letras, el poder que conllevaban los libros en su interior y los pudiéramos disfrutar en toda su intensidad. Así que hoy es un día para celebrar aquellas ediciones que hoy vuelven con una imagen nueva, porque leer siempre tendría que ser una fiesta, no una imposición. Y todo lo que nos queda, cuando vamos creciendo, es darnos cuenta de lo mucho que encierran en su interior, los libros que podemos leer después de haber aprendido todas las letras que lo forman. Y eso es un tesoro que, de generación en generación, no debería perderse. Nunca.