Clásicos infantiles 24
Hace ya un tiempo, cuando esta sección infantil empezaba a formar parte en mi cabeza, pensaba en cómo podía organizar aquellos libros infantiles que se me antojaban una delicia y que habían tocado esa pequeña fibra que, de haber sido yo un niño, me hubieran dejado con los ojos como platos y a punto de desfallecer de la emoción. Ahora, cuando ya hace unos dos años – más o menos – que sigo aquí escribiendo, se me viene a la cabeza que siempre tuve claro que una sección de clásicos infantiles no podía faltar porque, al igual que los niños de ahora, yo también lo fui en su día y algunas historias, algunos textos, han permanecido con nosotros, compartiéndolos, desde que yo tenía tres años hasta los que ahora, ya como tío, tiene mi sobrino que es el que me guía en las lecturas que, hoy en día, gustan a los más pequeños.
Una de esas historias vuelve con fuerza renovada en esta edición de Edelvives como si fuera la primera vez que la tengo entre manos y puedo disfrutar de ella. Sabed que yo, en numerosas ocasiones, soy vehemente en mis recomendaciones, pero que en este caso la vehemencia no hace otra cosa que seguir las reglas de la necesidad porque, ¿quién puede resistirse a esa portada? ¿quién, una vez abierto el libro, no puede tener ganas de llevarse a casa este Mowgli que parece una obra de arte? ¿quién, cuando lo tenga ya en su casa, no podrá estar de acuerdo conmigo en que como compañero de viajes, como compañero de fatigas y de momentos de descanso cuando el ajetreo aprieta, este no es un libro perfecto? Pero no nos olvidemos – la vehemencia hace a veces que pierda el norte – que estamos aquí por ellos, por los niños, que podrán disfrutar de esta joya, abriendo el libro, leyendo las aventuras que ya todos los adultos conocemos, y descubriendo por primera vez al niño de la selva, que creció entre los animales y que sigue llenando de sueños, generación tras generación, a los pequeños de la casa – y sí, de acuerdo, a los no tan pequeños -.
Si Rudyard Kipling siguiera entre nosotros y viera lo que han hecho con su obra, querría quedarse eternamente entre nosotros para poder deleitarse con ella. Mowgli – adaptación de El libro de la selva – e ilustrado por J. Brax es un auténtico lujo, un álbum ilustrado como pocos, uno de esos tesoros a los que nos tienen acostumbrados los de la editorial Edelvives y que convierte la lectura en toda una experiencia para los sentidos. Desde el oído – mientras contamos la historia a los más pequeños – hasta los ojos – cuando las ilustraciones impactan en nuestros ojos – viviremos a través de las páginas unas sensaciones que son difíciles de explicar o, al menos, de acercarnos a esa intensidad con sólo las palabras que yo ponga en esta reseña. Hace un tiempo, cuando dando vueltas por las librerías, busqué alguna de las adaptaciones de los clásicos, vi que faltaba algo, lo sentía, casi podía notarlo y después evidencié cuando pregunté al librero que esta adaptación no se había realizado, estando llena la librería como estaba de adaptaciones menores que no le habían dado el puesto que se merecía a esta increíble obra. Pero ya está aquí, entre nosotros, para que disfrutemos de ella tanto adultos como niños. ¿Es eso posible? Lo es, cuando la lectura se convierte en uno de esos actos compartidos que los pequeños pueden disfrutar con nosotros, mientras su imaginación se ensancha y nuestra satisfacción se agranda.
Desde hace unos meses hablo de mi sobrino en cada reseña infantil porque es gracias a él por lo que puedo ver un reflejo de lo que la literatura hace en las caras de los niños. En este caso, aunque la historia para él – tiene tres años, y su paciencia no es la que tiene su tío – requería más atención de la que un niño a esa edad puede tener, quedó maravillado por las imágenes, señalando en cada una de ellas y describiéndolas, a su manera, convirtiendo ese espacio de lectura de Mowgli en un auténtico descubrimiento de cómo un libro puede crear en los niños historias que van más allá de lo que propone el libro. Ser niño pequeño tiene que ser fantástico cuando estos libros hacen acto de presencia. Él lo es, y eso es una suerte. Así, cuando crezca, cuando ya sea una personita un poco más mayor, podrá disfrutar de esta historia por completo. Mientras, cuando el tiempo sigue su curso, disfrutará del cuenta – cuentos que es su tío y que intentará hacerle conmoverse como lo ha hecho conmigo este libro. No hay más palabras. Ahora os toca disfrutarlo.