Clásicos infantiles 7
Hoy me he levantado con alma de clásico, con el alma de un autor de clásicos infantiles que me hizo recorrer, cuando todavía no entendía nada de la vida, aquellos lugares que me esperaban más allá de mis ojos de niño pequeño. Con sus historias, vagué con rumbo por territorios mágicos, me sentí acompañado por niñas con increíbles poderes y una mente prodigiosa, y visité lugares extraordinarios que se escapaban a la mente humana, a la mente de lo que nos podíamos encontrar en la calle, mientras jugábamos en las aceras y en los parques. Gracias a él inventé historias en mi cabeza, en mi pequeñita cabeza, en las que yo era el héroe, un héroe de metro sesenta, casi nunca más, que se empezaba a despertar y que, aunque no lo había tenido fácil en la vida, acababa encontrando la alegría, el buen humor, la amistad, para crecer sin ningún vacío en su existencia. Pocos autores como él lo consiguieron, será que yo siempre he sido un niño aficionado a la lectura y que vivía para los libros, gritando a todo aquel que quisiera escucharme, que ellos eran mis amigos más incondicionales. ¿Y quién es él?, preguntaréis. Él no era otro que Roald Dahl, un inventor de historias que vivió para descubrirnos que los niños, y los no tan niños, todavía podíamos soñar… con algo mejor.
La historia que más me marcó fue la de “Matilda”, esa niña incomprendida que un buen día encontró una biblioteca, o que la biblioteca la encontró a ella, y en su interior empezó a dibujarse, con trazos grandes y fuertes, la pasión por la lectura y el comienzo de unos poderes increíbles. Y es que la literatura en esta historia tiene el peso, aunque como en casi todas las novelas del autor, los niños tienen unos padres que no les quieren (tal vez porque él perdió a su padre muy joven y la desgracia se cebó con su corta familia), y buscan esa necesidad de una familia que todos abrigamos en nuestro interior: alguien que nos quiera, alguien que nos abrace cuando tenemos miedo, o que nos lea historias fascinantes cuando nos vamos a la cama. Y es que esta niña protagonista vive en un mundo donde los adultos no se comportan como debieran, no son adultos sino personas amargadas, pero ella encuentra ese rincón, ese oasis de alegría y buen humor que los libros nos proporcionan a todos los lectores que me acompañáis en la lectura de estas reseñas. Pero me marcó porque por primera vez me sentía identificado, sentía que esa pequeña niña con poderes era yo mismo, un niño con gafas que miraba el mundo tras unas lentes un poco borrosas, pero que cuando se acercaba a un libro, su miopía desaparecía para ver con total claridad lo que la vida podía ofrecerme. Y todo gracias a esta historia. ¿No creéis que es sorprendente?
Pero llegaron “Las brujas”, esos seres que a los niños nos daban un miedo terrible, que siempre asociábamos a personajes con escoba, nariz con verruga, y muy mala leche, para qué engañarnos. Y es cierto, en esta historia ellas tenían muy mal humor, pero Roald Dahl vistió una historia de humor y magia de la mejor de las formas posibles. ¿Una convención de brujas? ¿En serio? Recuerdo que no podía parar de reír, de emocionarme ante lo que yo me imaginaba sobre esta historia. Años después, cuando me he convertido en un cuenta cuentos esporádico, soy yo quien cuenta esta historia de niños convertidos en ratones, de brujas que buscan eliminar a los niños del planeta, y de un huérfano que decide luchar contra ellas para que aprendan una lección importante. Y es que la infancia es una de las cosas más importantes que tenemos, y eso el autor lo sabía perfectamente, y lo plasmaba a las mil maravillas en cada una de sus novelas, en cada uno de esos mundos que se inventaba y con los que nos hacía vivir aventuras. Nunca deberíamos perder de vista que son estas historias las que nos hicieron crecer, convertirnos en mejores personas, aprender lo que es el poder de la amistad, de la familia, de sentirse parte de un lugar y del poder que tiene, sobre todo, nuestra imaginación mientras un libro nos recorre, no sólo los ojos, sino el cuerpo entero.
Pero todo esto no acaba aquí, no hay que desmerecer todas aquellas otras historias. Una de las que todos podríamos hablar (y os animo a ello en este espacio) es “Charlie y la fábrica de chocolate” que, convertida en película muchos años después, sacó a relucir lo que todos suponíamos: que uno de nuestros autores favoritos sería, y lo seguirá siendo, estoy seguro de ello, el Roald Dahl que hacemos que conozcan los niños de hoy en día. Un niño que no tiene nada, un niño pobre, pero que con un golpe de suerte puede llevarse un premio muy especial. Y aquí es donde entra en escena uno de esos personajes al que todos conocemos, Willy Wonka, que nos hace descubrir, ya acabada la novela, que el amor por la familia, que el sentimiento que nos une a nuestros seres queridos, es tan importante como lo puede ser el amor por la persona con la que convivamos a lo largo de nuestra vida. Una historia llena de color, aunque las letras sean negras, que nos invita a creer, a imaginar, a vivir, de una manera dulce y achocolatada, lo que es vivir amigos, lo que es vivir de verdad. Y es que ahí está la magia de esta historia, lo importante de lo que se supone que debemos aprender: que vivir puede ser una experiencia extraordinaria si nos rodeamos de gente, de amores, que realmente merezcan la pena. Y uno de ellos es la familia con la que nos unen unos lazos que, todavía no sabemos muy bien por qué, son fuertes y resisten el mayor de los tirones.
Roald Dahl me cambió la infancia, la juventud. Sus libros fueron un acicate, un impulso para tiempo después, cuando ya era más mayor y mi miopía era más acentuada, saber lo borroso de mi vista no estaba en las gafas, sino en los ojos. Y los abrí. Abrí los ojos a un mundo que me esperaba más allá de la puerta de mi casa, casi diría que mucho más allá de la que es mi ciudad, y que por mucho que lo intentara, dentro de mí ya había empezado a germinar una afición que duraría por siempre: la lectura, los libros, la literatura. Él lo provocó y yo continué. Ahora es el momento de que vosotros hagáis exactamente lo mismo, ¿estáis seguros de querer perdéroslo?
Muy interesante, con vuestro permiso lo comparto en el grupo de mis chic@s. Hace tiempo que les he recomendado este autor y sus libros.
Matilda la he disfrutado hace poquito junto a mi hija y nos ha encantado. Así que poco tardaremos en descubrir los otros libros. La verdad es que gracias a mi pequeñaja estoy descubriendo la obra infantil de Dahl, que es un autor del que sólo había disfrutado hasta ahora de sus relatos para adultos.
Besotes!!!