Recuerdo que cuando era pequeña odiaba el desayuno. Cuando me levantaba por las mañanas para ir al colegio y veía la leche con las galletas, se me venía el mundo encima. A la fuerza, desayunaba y después me pasaba media mañana con la tripa hinchada y de mal humor. Siempre tenía molestias en el estómago y mi madre me decía: “te tendría que haber llamado Dolores, en vez de Ana”. Varias veces acabé en el hospital con un dolor terrible en la tripa. La primera vez me dijeron que era apendicitis y cuando ya estaba casi todo listo para llamar al cirujano, se dieron cuenta de que no era así. La siguiente vez que acabé en urgencias, me dijeron que mis molestias derivaban de dolores menstruales. La tercera vez, ya cuando estaba en la Univerisdad, era estrés y ansiedad, que se me reflejaba en forma de dolor de estómago. Y la última, el día de Reyes de 2012, tuve que ir a urgencias, ya que llevaba muchos días sin comer nada y no podía casi ni levantarme de la cama. Allí me dijeron que tenía una úlcera. Así que me derivaron a un especialista y, al hacerme la endoscopia correspondiente y cotejándola con una analítica de sangre, se descubrió la verdad: era celíaca. Y me había pasado casi veinte años de mi vida con molestias hasta que mi cuerpo dijo “hasta aquí hemos llegado”.
Al principio no fue nada fácil. El tema de las intolerancias es un mundo. Cuando me enfrenté a la enfermedad me dije: “bueno, quitamos el pan, la pasta y la bollería y listo”. Pero nada más lejos de la realidad. ¡Hasta el café podía contener gluten! Y luego está el tema de la contaminación cruzada… así que lo de comer en un restaurante, difícil, difícil. En casa empezamos a cocinar todo sin gluten y creamos estanterías en las que separamos la comida prohibida de la permitida. Hoy, después de un tiempo, ya es una rutina diaria que llevo muy bien. Se ha normalizado y el estrés que me producía pensar qué iba a comer ha ido desapareciendo.
Lo que más miedo me daba era viajar, sinceramente. A mí siempre me había encantado viajar y la comida nunca había sido un problema… pero imaginad ir a otro país, con otro idioma y tener que explicar que sufrís una intolerancia. Mi primer viaje como celíaca fue a Londres. Fue una escapada corta, tres días, así que me dije que podía sobrevivir aunque fuera comiendo manzanas. El caso es que en Inglaterra el tema de los alérgenos está más que bien, ya que todos los productos tienen una etiqueta que incluye todos y cada uno de los productos que podrían causar problemas a los intolerantes. Además, en los supermercados, tenían secciones de comida preparada, tipo sándwich, sin gluten, sin lactosa, libre de frutos secos… Así que fue una experiencia muy positiva que hizo que no me planteara dudas a la hora de viajar nunca más. He de decir que Argentina es el país más preparado en este sentido que he visitado. De verdad, increíble.
Os cuento todo este rollo (perdón por la extensión, pero es que cuando me pongo…) porque Cocina tu cambio trata precisamente de esto. Es un libro que habla de las dificultades que encuentra una persona cuando le diagnostican una intolerancia alimenticia. Y cuando todo queda en casa, bueno, nos podemos apañar. Pero imaginad tener que comer fuera, o en una mesa repleta de gente que no está acostumbrada a las alergias. ¡Imaginad cómo son las Navidades! En estas últimas nos hemos reunido unas veinte personas, así que en la mesa tuvimos que hacer un reducto sin gluten al que no podía acercarse ni una miga. Pero, por suerte, tengo varios vigilantes repartidos por la mesa para que estén pendientes de si un solo trozo de pan sobrevuela la ensalada. Al final, es un modo de vida y hay que aprender a manejarlo de la mejor forma posible. Y, aunque parezca mentira, en casa se van acostumbrando ¡Si hasta mi primo de tres años me avisa de que las patatas que está comiendo son sin gluten!
A Lucía Gómez le pasó algo parecido a lo que estoy contando y se dio cuenta de que su vida iba a cambiar por completo. Que tendría que esforzarse por seguir una dieta muy estricta si quería estar sana. Y por eso creó Cocina tu cambio. No solo va dirigido a personas con intolerancias que, involuntariamente, se ven obligadas a seguir una dieta. Sino a todas aquellas personas que deciden retirar de su dieta diaria determinados alimentos. Con este libro, aprendemos que podemos comer de todo si tenemos la imaginación suficiente. Que si llega la Navidad y me apetece turrón pero no encuentro ninguno apto para mi dieta, me lo puedo hacer yo en casa sin ningún problema. Aunque no soy muy buena en la cocina, pondré en práctica algunas de las recetas que he visto en este libro. Y, sobre todo, hay que aprender que tenemos que aceptar nuestras intolerancias, tenemos que aprender a convivir con ellas y a manejarlas para estar sanos. Al final, con fuerza de voluntad e imaginación, se puede llegar a tener una dieta con la que volver a disfrutar de la comida.